La historia de Juan José Padilla es todo un ejemplo de sacrificio y superación, la de un torero muy castigado por los toros, con un total de 39 cornadas, la última, la de este sábado en Arévalo (Ávila), aunque en el recuerdo perdurará siempre la de 2011 en Zaragoza, en la que perdió el ojo izquierdo.
Desde entonces el llamado Ciclón de Jerez se convirtió también en el Pirata por el parche que desde entonces le acompaña en su día a día, la marca más visible de un auténtico calvario durante el cual Padilla tuvo que hacer frente a un sinfín de operaciones para reconstruir su cara, gravísimamente afectada en la zona del paladar, la lengua, la mandíbula y hasta el oído.
Un milagro del que el torero jerezano, de 45 años, se repuso a base de lucha y pundonor, de un sacrificio tal que cuatro meses después volvió otra vez a los ruedos, en Olivenza (Badajoz), donde dio el pistoletazo a una nueva etapa en su carrera, pero en la que jamás ha vuelto la cara a las plazas y ferias de mayor responsabilidad.
Hace dos días, los fantasmas de aquella tarde en la capital aragonesa volvieron a sobrevolar en la localidad abulense de Arévalo, cuando, tras perder pie después de colocar un par de banderillas "al violín", un toro de Garcigrande le propinó un golpe seco en la cara que le arrancó de cuajo parte del cuero cabelludo.
Una imagen impactante que produce escalofríos por el hecho de ver al torero tendido sobre la arena y con un colgajo de piel y pelo desprendido totalmente de su cabeza, aunque todo quedara finalmente en una herida superficial, que, aunque ha requerido de casi medio centenar de grapas, no le ha provocado daños más importantes en la cabeza ni en el cerebro.
Esta ha sido la cornada número 39 que ha sufrido Padilla durante sus treinta años como profesional -veinticuatro años como matador y seis más como novillero-, lo que le convierte en uno de los toreros más castigados por los toros, sin que quede prácticamente ni una sola parte de su cuerpo afectada por una herida, una fractura, una luxación o una conmoción.
Para el recuerdo quedan otras tantas cornadas de pavor como aquella que sufrió en Huesca en 1999, cuando un astado de Teófilo Segura le infirió una cornada en el abdomen que le perforó el intestino, además de afectar a la cabeza del páncreas, y que derivó en una peritonitis que le mantuvo mes y medio en la UCI y cinco alejado de los ruedos.
Difícil de olvidar también la que un toro de Miura le propinó en el cuello en los Sanfermines del 2011, el mismo año en el que un Victorino le atravesó literalmente el cuerpo desde la clavícula a la parte inferior de la nuca en San Sebastián.
Percances tremendos de los que siempre se ha restablecido el torero jerezano para volver una y otra vez a la cara del toro, que, lejos de darle alguna tregua, no ha cesado en "tatuar" con sus astas cada centímetro de su piel.
Como sus muslos, partidos por la mitad una y mil veces, con cicatrices superpuestas unas encima de otras, con las tres que lleva en la pierna derecha sufridas en Saint-Gilles (Francia), Teruel y Granada, además de otras "medallas" en la misma zona que le recuerdan a Madrid o a Sevilla.
También la izquierda la tiene cosida de arriba a abajo, con heridas importantes como las sufridas en las ciudades francesas de Dax y Beziers, las de las localidades gaditanas de Arcos de la Frontera y Jerez de la Frontera o la doble cornada sufrida en año pasado en Valencia, donde se vio afectado también el hemitórax izquierdo.
Él lo considera como llevar "un mapa en el cuerpo" en el que tiene localizados todos los puntos en los que ha toreado; medallas que quedan para siempre en la piel y que vienen a reconocer el valor y la entrega de un torero que lo ha dado todo por su profesión.
Tanto que dentro de cuatro días tiene ya pensado reaparecer en Pamplona, donde se despedirá de una de las aficiones que más le ha idolatrado, la misma que le rebautizó como el Pirata, un torero al que echarán mucho de menos sobre todo cuando, al finalizar este 2018, ponga fin a una trayectoria de tantas luces como sombras, de innumerables éxitos e incontables percances.