En la ladera oeste sobre la que se asienta toda la majestuosa belleza de Vejer, junto a los molinos harineros de viento, se recorta entre el cielo y la tierra, la figura arqueada de los aficionados al parapente. Una figura que planea mientras desciende con suavidad entre las corrientes térmicas y la fuerza del viento de poniente.
Sentir que vuelas de verdad es algo que difícilmente se olvida. Pero si además tienes Vejer, Zahara y Conil a tus pies, esa increíble experiencia será ya parte de ti para siempre”. Así se anuncia la marca Parapente Vejer, que entre sus objetivos está fabricar momentos de felicidad volando cual pájarY cada año que pasa, son más. Y son más gracias en gran parte a la empresa, o mejor dicho, a la cooperativa Happy People Makers, que engloba la marca comercial Parapente Vejer y que está en manos de Alberto Sampedro y Guillermo Saldaña.
Su principal cometido es fabricar momentos felices. Crear experiencias inolvidables. Lograr que vueles como un pájaro, que vueles junto a los pájaros. Elevarte para que veas Vejer, Barbate o Conil desde el cielo. Pero Parapente Vejer es incluso mucho más que eso.
Su sede, su lugar de encuentro, ya es de por sí una maravilla. Quedamos en la zona de despegue, en la carretera de Los Militares, dentro del singular Bar Terraza El Poniente, un antiguo molino reconvertido y con unas espectaculares vistas hacia un horizonte que abarca desde Los Caños de Meca hasta Conil, con la sensación de tocar la playa de El Palmar a poco que alargues el brazo. Una estampa que es alimento para las pupilas.
Parapente Vejer “es una cooperativa que nace con la idea de formar en el vuelo a gente de la comarca para que se vaya profesionalizando, se haga piloto y técnico y luego se incorpore a la misma”. Y nace aquí “para aprovechar las condiciones geográficas y meteorológicas de esta zona, que son excelentes”, afirman Sampedro y Saldaña.
Es “abrir una salida profesional dentro del sector del ocio y el deporte. Para ello contamos con tres líneas de negocio, donde la mayor parte de los ingresos los generan los vuelos biplazas para gente que quiere vivir una experiencia. Luego está la formación con una escuela oficial reconocida por la Federación Española. Y en tercer lugar hacemos de guía de vuelos para que aquellos que vienen de fuera y quieren volar aquí”.
Alberto y Guillermo se conocieron en Algodonales, una de las mecas del vuelo con parapente. El primero llegaba desde Asturias para trabajar en un centro de vuelo de aquella zona. El segundo acudía con asiduidad para practicar el deporte del que se había apasionado contra todo pronóstico. Hicieron migas mientras trabajaban para una tercera persona que ofrecía vuelos biplazas en la Sierra y también en la costa.
“Nos fuimos conociendo y la idea de montar la empresa surgió de forma espontánea”, explica Guillermo. Además, la zona de Vejer no era tan conocida y vieron la oportunidad de instalarse aquí. En Algodonales existen hasta seis empresas y por allí, solo entre el otoño y la primavera, pasan hasta dos mil pilotos al año.
“Vejer no estaba muy explotada, no era muy conocido”, así que hace tres años decidieron emprender esta aventura de altos vuelos y que hoy es todo un éxito.
Volar sin motor, como los pájaros
Ambos coinciden en sus gustos. No les gusta volar ni con motor, ni con ala delta. “El motor hace mucho ruido. El parapente es más volar como un pájaro. Tienes que entender el aire, saber aprovechar las corrientes de aire para poder mantener el vuelo”.
Con motor no suelen acercarse las aves, con las que “coincidimos muchas veces. Es una experiencia más natural”. Alberto incluso usa a los vencejos “como guías. Ellos saben dónde se ha soltado una térmica. Nosotros no las podemos ver, aunque sí intuirlas”.
Y esa es parte de “la salsa” del vuelo en parapente, “que depende de las condiciones meteorológicas. Si no hay viento, ni condiciones térmicas, no se puede volar. Saltar desde aquí solo duraría tres minutos”.
A Alberto la pasión le llegó “de la inconsciencia, del valor que da la ignorancia. Cuando era joven fui a ver una concentración de parapente en Asturias y desde ese momento me dije que eso era lo que yo quería hacer”. Y eso que cuando empezó “este deporte apenas llevaba un año en España”.
Lleva 34 años volando, de los que unos 15 estuvo compitiendo. “Cuando aprendí no tenía nada que ver con la actualidad. Antes era, exagerando un poco, como coger una sábana y tirarte. Ahora es mucho más seguro. Se ha evolucionado mucho en materiales, en diseño, en seguridad, en resistencia y en conocimientos”.
Guillermo por su parte fue a Algodonales “para hacer un biplaza acompañando a una amiga. Estuve todo el camino protestando. Estaba histérico. Me dieron flores de Bach para tranquilizarme cuando lo que pedía a gritos era dos guantazos (risas). Y cinco minutos después de despegar supe que lo único que quería hacer en esta vida era volar”.
Un inciso. Ambos tienen vértigo. Pero “para sentir vértigo tienes que tener una referencia en el suelo. De hecho yo volado a 4.700 metros de altura partiendo desde 1.200 metros de altitud”, remarca Alberto.
Para mantenerse y para coger altitud son fundamentales las térmicas. Aire caliente que sube cuando el sol calienta el suelo. El aire ayuda a subir y a bajar… “si una parte del aire sube otra está bajando. No hay huecos en el aire. Aunque también se puede realizar una serie de maniobras que ayuda a perder altura”.
Una curiosidad. Cuando saltas en parapente, “siempre vas cayendo. Incluso cuando encuentras una corriente de aire que te sube porque dentro de esa masa de aire sigues cayendo, pero si esa masa sube más rápido de lo que caes, al final vas hacia arriba, aunque sigas cayendo”, describe Guillermo.
Los vuelos biplazas suelen durar unos veinte minutos. “Estar en el aire es como estar en un barquito. Si no estás acostumbrado te puedes marear, algo que suele ocurrir si sobrepasas ese tiempo”.
La formación
En cuanto a la formación, ambos, como técnicos deportivos, imparten cursos con los que, en unos diez días, si no hubiese problemas meteorológicos, el alumno podría volar de forma autónoma, “siempre que conozca sus limitaciones”. Es un aprendizaje “progresivo. El curso consta de una fase de iniciación, otra de progresión y una última de perfeccionamiento”, aunque al concluir “lo suyo es que se incorpore a un club, porque debe seguir aprendiendo, el aire es como el mar”.
Los cursos incluyen formación en seguridad, aerodinámica y meteorología (“cada día es distinto y hay que interpretar muchas variables”).
Lo que sí está claro es que “a medida que vuelas vas cogiendo confianza y vas aprendiendo, es algo muy progresivo”, sin olvidarnos que se trata de un deporte con cierto riesgo. “El mayor porcentaje de accidente es de gente nueva que va por encima de sus posibilidades y también de expertos que se confían y sobrepasan sus límites”, afirma Alberto.
Guillermo añade que “nosotros limitamos a los alumnos para que sepan cuándo pueden salir a volar y cuándo no”.
Cuentan con dos tipos de alumnos. Los que se inician, que suelen ser de La Janda, y los que vienen de fuera a perfeccionar sus vuelos o buscan pautas para conocer los condicionantes de esta zona.
Aún así, hay un problema. “Falta regulación. Una normativa que sí existe en otros países como Austria. Aquí hay gente que aprende a volar con un amigo o a través de Youtube… eso es muy peligroso. Se vuela sin titulación, sin seguro… impera la picaresca”, señala Guillermo mientras que su compañero recuerda que “cuando comencé a adentrarme en serio en este mundo, supe que el que me enseñó no tenía ni idea”.
Parapente Vejer pone los equipos, el material, el personal… y aunque pueda parecer un deporte caro, “no lo es. Un equipamiento nuevo, parapente, silla de protección, paracaídas de emergencia y casco, oscila en una media de unos tres mil euros… pero si lo cuidas te dura diez años”.
Cursos para técnicos, el futuro
Ahora trabajan para poder impartir cursos de técnicos para aquellos que se quieran dedicar profesionalmente a este deporte. “Es como una FP para adquirir la titulación de técnico deportivo. Hay pocos cursos en Andalucía a pesar de la demanda que existe. La idea es que lo impartamos de la mano de la Federación y de la propia Junta, y eso nos ayudaría a generar los profesionales que a su vez podrían ampliar la cooperativa porque hay trabajo, hay demanda y se tiene una gran calidad de vida”.
De hecho, Guillermo dejó su profesión como informático para dedicarse al parapente… “tengo más tiempo libre y vivo haciendo lo que me gusta”.
Entre las satisfacciones también está “ser el hombre más importante de la vida de alguien durante los veinte minutos que dura el vuelo”, señala entre risas Alberto quien afirma que “hacemos terapia. La gente se abre, nos cuenta sus problemas. Lloran. Y luego están quienes lo hacen para superar sus miedos”. En ambos casos, “es muy reconfortante”.
Otro de sus méritos está en haber dado a conocer y potenciar esta zona. “Al montar la empresa aquí, cada año es más conocida. Hemos tenido que poner un cartel con normas de convivencia porque al venir ya tanta gente, queremos evitar que sea caótico”.
Una zona “que es maravillosa para aprender. Con una buena zona de despegue y también de aterrizaje. Geográficamente, al estar al sur, incluso en invierno se dan condiciones térmicas para el vuelo. En Asturias de octubre a marzo, apenas se pueden realizar descensos”.
Esta zona costera no es tan técnica como Algodonales, cuya fama transciende las fronteras porque “en la misma montaña te sirve cualquier dirección del viento menos en la vertiente norte”. En Vejer solo se puede volar con viento de poniente… aún así es un “lugar espectacular para aprender. Aquí se dan muchos vuelos placenteros, como en una balsa de aceite, aunque a veces el pasajero está disfrutando pero nosotros estamos en tensión. Como las azafatas, siempre con una sonrisa”.
Es también un sitio muy seguro. “En realidad es un deporte seguro, es más peligroso venir en coche desde Cádiz. Lo que ocurre que cualquier accidente de parapente tiene mucha repercusión”.
Gestionar las salidas
El hándicap es la dificultad para planear las salidas. Depende de la meteorología… “es una odisea por más que existan aplicaciones porque sus parámetros y variables hay que trasladarlas a esta zona en concreto. La paciencia es fundamental. Nos equivocamos muy poco, pero a veces nos equivocamos”.
Por eso “es importante que el cliente sepa a lo que viene y previamente le damos toda la información. Cuando vemos que hay posibilidad de vuelo, avisamos”. Aún así hay flexibilidad a la hora de usar el vuelo biplaza… de dos años desde que se adquiere.
“Nos da más tensión citar a la gente que el hecho de volar”, destaca Alberto, y eso que en tres años solo en dos ocasiones, tras citar a los clientes, no se pudo volar. “Insisto, es como el mar, es un fluido. Por ejemplo, hemos estado en Zahara, en Los Alemanes, donde tenemos una pista de despegue. En el mar había viento (veíamos un velero a toda leche) pero no entraba en tierra, y claro, no puedes hacer nada contra eso. Solo esperar”.
Ese es uno de los motivos por lo que tanto a los clientes como a los alumnos se les convoca en el Bar Terraza El Poniente… “es más accesible. Hay aparcamientos. Una zona para resguardarnos. Y si hay que esperar, nos podemos tomar un café o un refresco. Algo que no ocurre en Los Alemanes o en la Fontanilla”.
Trabajan los siete días a la semana, los 365 días del año. “Siempre que las condiciones meteorológicas lo permitan”. Han realizado vuelos biplazas el 31 de diciembre… La mayor afluencia es en vacaciones y los fines de semana. Todo tiene que cuadrar, la disponibilidad del cliente con la componente de viento del Oeste.
Basta con ver los comentarios de quienes ya han disfrutado de esta experiencia para hacerse una idea de lo que se disfruta. “Los más nerviosos son los que más disfrutan. Bueno, no. Quienes más disfrutan son personas con discapacidad”. O quienes viven experiencias como “volar llevando a un padre y su hijo”.
También han acogido y organizado el campeonato de Andalucía de precisión y este año, para octubre, que quiere volver a realizar una concentración pero “con un punto más jocoso, más divertido, cambiando la competición por un concurso y quitar tensiones”. La precisión consiste en aterrizar lo más cerca de una diana colocada en el suelo.
Parapente Vejer también ha protagonizado un episodio del programa ‘Mi familia en la mochila’ y en breve formará parte de un capítulo de ‘La última de la fila’, serie que se estrenará en Netflix de la mano de Daniel Sánchez Arévalo.
Nos despedimos dejando en el aire, nunca mejor dicho, una posible segunda cita... en esta ocasión para sobrevolar la colina sobre la que se asienta Vejer y contemplar la localidad a vista de pájaro.