Ensimismarse hasta determinados límites es consecuencia de un anómalo funcionamiento de la personalidad humana. Una de las evidencias de un ensimismamiento enfermizo es el silencio riguroso. Aunque el silencio en sí no tiene por qué conllevar efectos negativos para la psicología humana, ya que ejercitado convenientemente es más que saludable. De hecho, desde opciones religiosas o filosóficas, se cultiva el silencio considerándolo una “cualidad” y se anima, a quienes asumen los postulados de estas corrientes de pensamiento o creencias, a que perseveren en él. Y ello porque parten de la convicción de que el “Silencio” permite el sosiego necesario para la espiritualidad, el autoconocimiento e incluso para determinados ámbitos de la salud es considerado terapéutico, tanto para quien lo práctica como para quienes les rodean. En la tradición cristiana el silencio está muy presente tanto en las iglesias, pocos lugares de silencio quedan en las ciudades, como en conventos o monasterios, aunque en estos las reglas de cada orden pueden hacer referencia más explícita a la obligatoriedad del “Silencio”. Una de ellas, la de “Los Cartujos”, llega a caracterizarse precisamente por el voto de silencio denominándose comúnmente “la Orden del Silencio”. Dice una de sus reglas:“Nuestra ocupación principal y nuestra vocación es la de dedicarnos al silencio y a la soledad de la celda”. Esta orden, inspirada en la vida de San Bruno que vivió en el siglo XII, fue creada en el siglo XVI. Hay personas laicas que pasan una parte de sus “vacaciones” en un convento o monasterio, en un “retiro” voluntario del enorme ruido que gravita en la sociedad actual. Pudiera el “Silencio” haber animado al reconocido compositor Chopin, para residir un tiempo en el monasterio la Cartuja de Valldemossa (Mallorca), acompañado de la escritora y amada George Sand, en 1838. Y aunque tres años antes fue desamortizada ¿mantendría sus muros el silencio precioso que todo artista musical precisa para componer? Sea como fuere Chopin lo aprovechó componiendo con el piano, que hizo traer desde Polonia, algunos preludios y otras piezas musicales. ¿Sería muy probable que el “silencio” también influyera en la aparición del Caballo Cartujano, raza desarrollada durante siglos en la Cartuja de la Defensión en Jerez de la Frontera? Conviene no exagerar atribuyendo probabilísticamente influencias positivas a tanto silencio. Volviendo a los cartujos se repite de vez en cuando un chiste relacionado con la regla del silencio, que dice así: Un hombre se hizo cartujo, haciendo los votos correspondientes. La regla del silencio sólo permitía una vez cada año poder dirigir la palabra al superior de la orden que visitaba ese día la Cartuja. Puestos en fila los monjes cartujos llegaban hasta donde de pie el superior los esperaba y le comentaban alguna cosa. Cuando le llega el turno a nuestro hombre este le dice: -¡Comida mala! Al año siguiente vuelta a repetirse la escena y en esta ocasión le traslada al superior: - ¡Cama dura¡ Visita de nuevo al año siguiente el superior la Cartuja y cuando a este hombre le llega el turno le manifiesta: - ¡Me voy¡ En ese momento el superior le responde: - ¡No! ¡Si ya se te veía venir¡ Desde que llegaste a la Cartuja no has parado de quejarte. Seis palabras, seis, en tres años, toda una exageración “chistosa” para enfatizar una regla de “oro” para estas comunidades cartujas. También en el habla común se encuentran dichos especialmente referidos al silencio. Uno de ellos que goza de una notoria sabiduría ya que al menos así se desprende de la prodigalidad con que se utiliza, dice: “El ser humano es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.” O este otro “en boca cerrada no entran moscas”. Relacionado con la discreción del sabio silencio, suelen padres y madres dar un consejo a sus retoños: “- Si no puedes decir algo bueno de alguien, mejor no digas nada”. Posiblemente esta sea la regla que muchas de las administraciones siguen con el recurso siempre fácil, ¡facilísimo!, ya que nada tienen que hacer, de utilizar el “Silencio Administrativo”. Pensará el político de turno: -Si no le voy a contestar algo bueno para el que pide, mejor no contesto. Y este Silencio, por muy administrativo que sea, es una respuesta, aunque esa “no respuesta” refleje la mala-educación, la soberbia, el autoritarismo, de quien debe responder a la ciudadanía y vejatoriamente no lo hace ¡porque puede! Y es que, quitando el silencio administrativo, parece ser que el silencio tiene muchas más ventajas que inconvenientes. Evidentemente para personas prudentes, ya que algunas personas se señalan precisamente por no parar de hablar y hablar, incluso aunque nadie les escuche. Estas muestras de verborrea incontenida es una evidencia de un trastorno de personalidad que en modo alguno ayuda al que lo padece, más bien al contrario y de paso se convierte en tortura para quienes les rodean. Claro que esa enfermedad acaba bien disimulada por quienes creen tener el oficio de charlatanes, bien en ferias, parlamentos, congresos o reuniones varias. Antaño había que tener memoria elefantina para acordarse de algunas de las lindezas que espetaban estas personas, aquejadas de in-contención verbal, pero en estos tiempos donde todo, ¡todo!, se graba es muy fácil invocar la multitud de dichos y diretes que parlanchines incorregibles expresan. En sede parlamentaria y determinados ámbitos donde deben hablar varias personas, se tasa el tiempo de los discursos y aunque el acotar temporalmente las exposiciones podrían aliviar los momentos, este tiempo vital puede hacerse eterno para quienes por obligación tiene que oír sandeces, insultos o barbaridades. La única defensa posible es no escuchar, aunque para eso hay que tener voluntad.
Fdo Rafael Fenoy