Los actos contra el medio ambiente destrozan versos que son necesarios para vivir. Ciertamente, los espacios de la vida van perdiendo el color verde de la naturaleza y esto es grave, porque aparte de perder belleza (o sea poesía) hallamos la sombra de la muerte en cada esquina, algo que nos impide respirar a pulmón abierto y poder ver los colores azules del mar y del cielo, el amarillo del sol y el luminoso racimo de estrellas que rondan alrededor de la clara luna. Precisamente, hace unos días, el Secretario General de las Naciones Unidas, tras un viaje al Ártico, volvía a mostrar su preocupación al observar que lo que hace solo unos años era una majestuosa masa de hielo, se había desintegrado. A pesar de tantos anuncios palpables que avivan la desolación, científicamente corroborados, resulta que siguen aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial. Hay que hacer algo ya, con urgencia, para que esta otra crisis, la climática, no menos importante que la financiera, restituya el aluvión de desajustes que hemos generado con un crecimiento irracional, insostenible y bestialmente devorador del color que simboliza la esperanza.
El cambio climático, sostiene el Secretario General de las Naciones Unidas, es la principal amenaza de la naturaleza contra todos, nadie queda a salvo, amenaza a los mercados, las economías y los beneficios del desarrollo y puede diezmar las reservas de agua y alimentos, provocar conflictos y migraciones, desestabilizar las sociedades más frágiles e incluso derrocar gobiernos. De hecho ya está sucediendo. Necesitamos cuidar con talento y responsabilidad el verde vida y también es preciso ver el hábitat como lo que es realmente: una expresión poética de un proyecto de amor y de verdad que nos lo hemos encontrado para cuidarlo, no para destruirlo. Hagamos el cambio, nuestros modos y maneras de actuar con el medio ambiente no es el adecuado. Cualquier gesto, por ínfimo que nos parezca, de precaución y prevención, vale la pena desarrollarlo. Por ejemplo, la campaña europeísta que tiene este año por lema "mejora el clima de tu ciudad", además de promover el transporte sostenible, también sensibiliza a las autoridades locales en la lucha contra el cambio climático. Téngase en cuenta que más del 70% de los europeos viven en zonas urbanas. Sin duda, las ciudades reducirían considerablemente las emisiones de gases de efecto invernadero si convencieran a sus habitantes de que es preferible dejar el coche en casa. La mejor forma de convencer, desde luego, pasa por ofrecer otras alternativas más cómodas y eficaces, menos costosas, como puede ser un servicio de transporte público ecológico conciliado a los horarios laborables.
Debemos poner de moda la apuesta por la vida en verde. Quizás antes de dominar a nuestro antojo la natural tonalidad, tengamos previamente que saber dominarnos a nosotros mismos, lo que exige actuar en coherencia con las tareas que los nuevos tiempos imponen para solventar la crisis del cambio climático y activar compromisos de responsabilidad que a todos nos afecta. Puede ser indispensable la acción política para potenciar las energías limpias, pero también la acción ciudadana, la de cada persona, va a ser fundamental para proteger, preservar y mejorar el mundo que nos rodea. Hace tiempo que el romance del desarrollo sostenible se ha universalizado.
En Europa se ha impuesto desde el 2001 como uno de los grandes objetivos. Se recita y se recita, pero otra cuestión muy distinta es poner en práctica lo que se declama. Es hora de dar el cerrojazo. Productos o empresas irrespetuosas con el medio ambiente no pueden seguir en el mercado. Personas físicas o jurídicas que utilicen irracionalmente los recursos naturales hay que detenerlos en su hazaña y, seguramente, rehabilitarlos ecológicamente. No olvidemos que la salud ambiental es ley de vida para la salud humana.
Ya está bien de cargarse el verde vida. Hay que poner mecha solidaria en la cultura verde, caracterizada por valores éticos y así huir de ese afán explotador de la naturaleza, tan cultivado en los últimos tiempos. Los planes de actuación tienen que globalizarse. La implantación de energías renovables, la promoción de los medios de transporte menos contaminantes, el desarrollo de campañas de concienciación sobre el uso eficiente de la energía, la racionalización del uso de suelo y reserva para plantaciones arbóreas y arbustivas, son algunas medidas que suelen estar impresas en los planes y programas de los gobiernos, pero que luego no se acatan. Hemos tenido una mala práctica con el medio ambiente y ahora nos pasa factura. Lo que es contrario a la naturaleza no es armonioso. Hace tiempo que las ciudades han dejado de tener ese encanto de belleza natural, siguen careciendo de espacios abiertos a la arboleda. Esto nos lleva a la conclusión de que todavía los diálogos se quedan en nada, a lo sumo, en buenos propósitos.
Vivimos en una época insegura y peligrosa. No en vano, continuamente vuelve a reincidir el Secretario General de las Naciones Unidas en el entendimiento global. Acaba de pedir que cada país haga todo lo posible por bajar las emisiones contaminantes. También solicita apoyo para aquellas naciones más vulnerables a adaptarse a los impactos inevitables del cambio climático. El problema es global y la solución ha de ser global. Lo sabemos y lo hemos oído hasta la saciedad. Por ello, educar en la solidaridad internacional y en el respeto al medio ambiente es hoy una necesidad perentoria, porque es una de las grandes asignaturas pendientes en el mundo.
Como dijo el novelista francés Víctor Hugo, produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha. Ahora parece escuchar, veremos si, de una vez por todas, se actúa con contundencia y de forma globalizada, todos en favor de todos.