Eduardo Lozano, un taxista de Barcelona de 60 años que se contagió de la covid-19 al principio de la pandemia, continúa, más de dos años después, todavía hospitalizado, recuperándose de las secuelas del virus, por el que estuvo tres meses en la UCI, dos de ellos en coma.
"Soy un superviviente de la covid, uno de los muchos que habrá", resume Eduardo en una entrevista con Efe. Pero él no es un superviviente cualquiera.
Eduardo tenía 58 años el 22 de marzo de 2020 cuando ingresó en el Hospital de Bellvitge de L'Hospitalet de Llobregat (Barcelona) por la covid, aunque él entonces no lo sabía, y el pasado 11 de marzo sopló las velas de su 60 aniversario, el segundo que cumple hospitalizado, ahora en el centro sociosanitario Duran i Reynals de la misma ciudad.
El sentido del humor, que no perdió ni en los momentos más duros de su ingreso, ha sido una de las principales herramientas de Eduardo para afrontar este trance; el móvil e internet, su distracción durante las infinitas horas postrado en la cama o el sillón; y la ilusión de volver a hacer comilonas con sus amigos, la motivación para seguir adelante.
"Estuve muy a punto de palmarla", subraya y señala que sufrió dos paros cardíacos: "Una parada cardíaca fue leve, la otra tardaron 20 minutos en reanimarme. Le dijeron a un amigo que si tenía una tercera recaída, ya no aguantaría".
Los meses en coma y en la UCI hicieron que perdiera toda su masa muscular, quedándose en los huesos, con un aspecto cadavérico que daba miedo -incluso le negaron un espejo para que no se asustara, explica-, y sin fuerzas para moverse: apenas podía mover un dedo los primeros días después de recuperar la consciencia.
Cuando despertó, no sabía dónde estaba, qué hacía allí ni quién era aquella gente disfrazada que le atendía. Tampoco pudo preguntárselo porque la traqueotomía que le hicieron se lo impedía.
Del lapso de tiempo "en blanco" de los 60 días en coma, Eduardo recuerda algunos sueños y pesadillas: "Es algo difícil de explicar: soñé muerte".
Soñó que la muerte personificada, con guadaña incluida, se le aparecía en los pies de la cama y le decía que había llegado su hora y que tenía que irse con ella; también se imaginó que estaba en una sala, similar a una morgue, llena de cuerpos dentro de bolsas, y dos personas diciendo quién iba a morir.
Taxista con más de treinta años de experiencia, Eduardo sospecha que se infectó trasladando a algún pasajero enfermo, pero entonces nunca se hubiera imaginado que podía contagiarse de aquel virus del que hablaban por la tele: "Yo no tenía conciencia de que pudiera pillarlo, pero sí".
A pesar del buen humor que transmite, su proceso de recuperación ha sido muy duro, con muchos dolores, algunas recaídas que provocaban desánimo y expectativas no cumplidas de salir del hospital en fechas señaladas.
Y las secuelas, aunque cada vez menos visibles, siguen allí y algunas no marcharán, como las cicatrices de las heridas en las rodillas -por estar boca abajo en la UCI- o en la boca -por la cantidad de tubos que le pusieron-; la fibrosis pulmonar, que le provoca algunos ahogos, o los problemas de movilidad, que le impiden correr y por ahora le permiten caminar, pero con la ayuda de un andador.
Sin embargo, ahora ya ve la luz al final del túnel, y está previsto que pueda regresar a casa a finales de abril o principios de mayo.
Ante la nueva oportunidad de vida que se le abre tras estos dos años de lucha y de estar "muerto al 99,9 %", Eduardo, que no podrá volver al taxi por incapacidad, tiene claro sus planes de futuro: "Vivir".
"Ya tengo pensados los sitios donde haré las comidas con los amigos. Lo tengo pensado todo, pero no lo haré el mismo mes, no sea que me empache", ironiza Eduardo, que también quiere volver a viajar por el mundo y visitar amigos.
Sobre volver a conducir, aunque le haría gracia, dice que no es una prioridad: "También puedo ir en taxi, en tren o en avión. Aparte, ahora al estar así tengo descuento de inútil, por estar defectuoso".