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Valiente semanita llevamos de presuntos rateros. El que no se ha llevado 10 se ha llevado 20 y el que parecía ser incapaz de partir un plato se ha cargado toda la vajilla. De catálogos, ni hablamos. Pero los locos hemos pensado que todas estas barbaridades tienen un porqué. Demasiados políticos siguen la senda que ya marcó Quevedo cuando escribió aquello de Poderoso caballero es don dinero. Vamos por partes:
1.- Muchos de los que llegan a cargos públicos no tienen donde caerse vivos, ni están preparados para la cosa. Unos estaban en el paro y, cuando se montaron en el tren, gritaron Juro por Dios que jamás volveré a pasar hambre. Otros tienen una profesión. Sirva como ejemplo: Cerdán va de FP II de electrónica. Como de lo que sabe es de conexiones y de cables, el hombre ejerce de lo que sabe y, si de camino se puede llevar un recuerdo, pues se lo lleva. Koldo era un monstruo como portero de discoteca y grande solamente de estatura. Y Ábalos entendía de muñecas artesanales y después fue maestro para desgracia de la profesión. Así son los fichajes del PSOE, que prefirió apostar a tope por este trío impresentable al tiempo que despreció a otros muchos que no entraron por el aro de sus intereses. Ahora hay que comérselos con papas. El problema es que estos tres están elegidos para hacer las leyes, no para discutir sobre qué prostitutas están más buenas. A estos presuntos chorizos no se les exigió preparación alguna ni en leyes ni en nada. Incluso hay en el Congreso analfabetos a los que les cuesta un imperio dar con el botón que tienen que apretar.
2.- Muchos políticos pasaban por allí. Cuando digo allí, me refiero a la sede de sus respectivos partidos. Entraron, cayeron en gracia, pegaron sus cuatro carteles demostrando fidelidad a golpe de brochazo de cola, rieron las gracias del jefecito de turno, chuparon lo que tenían que chupar y, a partir de ahí, se subieron en el tren. Se engancharon en la lista y ni la guardia civil en sus mejores tiempos disparándoles en los pies los podría mover del peldaño escalado.
3.- Una vez metidos en política, son como la uña que no se quiere separar del dedo. Pasan las legislaturas y ahí los tienes, setecientos años al pie del cañón, con el que disparan a todo el que se atreva a moverlos del buen puesto que ya se ganaron en la lista definitiva. Van después desfilando por los cargos que se les pongan por delante, sea alcalde, delegado, director general…, y, aparentando entender de todo, juran por lo más sagrado no dimitir nunca, mientras sus compañeros se van quemando las manos por defenderlos. ¿A esto se le llama democracia?
4.- Si la cosa va mal, siempre el partido les buscará un hueco de asesor para que sigan chupando de la olla el mayor tiempo posible. Eso sí, tienen que haber demostrado una intachable lealtad de perro faldero. Por todo ello, los locos proponemos dos cosas muy simples:
a)A todo el que se quiera dedicar a la política se le exigirá un mínimo de preparación, que será acordado por la gente sensata que aún existe, aunque parezca mentira. b) En la política no se podrá permanecer más de dos legislaturas, que podrían incluso durar 5 años cada una. Al final de las cuales, si el político ha sido bueno, siempre existe la posibilidad de que en su casa sea más bueno todavía. Y el que se vuelva loco por tener que irse de la política, que se venga al manicomio con nosotros, aunque aquí no hay aforados y por robar te pueden castigar incluso sin postre. ¿Cómo lo ve?
