Fabián, el jugador del Nápoles y la Selección Española, acaba de cumplir hace poco 25 años. A su regreso de Italia ha hecho una visita a su pueblo, Los Palacios, para ver a la familia y los amigos antes de la concentración para la Eurocopa. En una entrevista posterior ha reconocido su decepción-desilusión tras pasear por las calles de su infancia y comprobar que los niños han sustituido la pelota por un teléfono móvil, que es como sustituir la picardía por la ausencia de interacción social, un mundo de vivos por un mundo de esclavos. Hasta yo he peloteado de niño en Los Palacios, que es ciudad de paso y buen comer: mientras los mayores terminaban el postre teníamos tiempo para algún que otro balonazo al lado de la travesía. Que lo cuente yo suena a arrebato de nostalgia. Que lo cuente Fabián, que apenas tenía pelos en el bigote hasta hace unos días, evidencia la celeridad con la que ya caducan hasta los recuerdos fabricados en presente perfecto. El gol soñado ha sido desterrado de las plazas de los pueblos por un vídeo de tik tok.
También la política se ha habituado a que tengan que caducar los recuerdos, y las responsabilidades -las propias, se entiende, no las de los demás-. A Pablo Casado le han enturbiado las encuestas y las tendencias con la imputación de María Dolores de Cospedal por el caso Kitchen, aunque él ha alegado no tener nada que ver con la época que se está investigando ni con la presunta implicación de
¿esa persona de la que usted me habla?, a la que, por cierto, debe en buena medida haberse convertido en presidente nacional del PP. A Casado se le ha puesto cara de “no digas que fue un sueño”, utiliza un gesto de contrariedad ante cada pregunta incómoda, y hasta ha precisado de palmeros voluntariosos en un acto para abuchear a la periodista que le cuestionaba por el asunto. Génova, parece querer responder, es el pasado, pero los fantasmas le acompañarán en la mudanza, como el del castillo escocés trasladado piedra a piedra para ser levantado de nuevo en Estados Unidos, donde siguió atormentando por las noches a sus nuevos dueños.
A veces, ese pasado es tan reciente que ni siquiera da tiempo a convertirse en recuerdo, sino que sigue latente como recorte de prensa, sin margen siquiera para pasar aún a la hemeroteca, como le ocurre al Gobierno de Pedro Sánchez, o al propio Pedro Sánchez, experto en veredas de conejos, con sus tomas de decisiones. Si no supo ganar, a ver quién es el que le convence de que, al menos, sepa perder, amontonadas las crisis a la puerta de su despacho, como una cumbre de acreedores: la derrota en Madrid, la crisis con Marruecos y su imperdonable empeño por indultar a los condenados por el
procés.
Ahí sigue, instalado en su sueño con una España federal, convencido de que su futuro pasa por los libros de historia. Si no lo fue por vencer al virus, por mucho que se arrogara el falso mérito, que lo sea por reinventar el país. Y, a falta de un mejor recuerdo que no sea el de la noche electoral, persiste en sus maniobras de distracción, como ha hecho ahora con el cambio de rumbo en la imposición de restricciones sanitarias a las comunidades autónomas, publicadas este sábado en el BOE bajo el subrayado de “obligado cumplimiento”.
Es cierto que en el pulso por gestionar la crisis ha habido ocasiones en las que tanto el ejecutivo central como los autonómicos han hecho prevalecer la política por encima del rigor, hasta el punto de caer en la contradicción en favor del mensaje, pero una vez establecidas las nuevas reglas del juego tras el estado de alarma resulta difícil entender o aceptar este exagerado intervencionismo en el rumbo marcado por cada comunidad autónoma en la recta final hacia la inmunidad de grupo. Porque no se trata solo de discrepancias políticas, sino de boicotear directamente, y con una serie de requisitos que ni siquiera fue capaz de plantear durante los momentos más duros del pasado otoño-invierno, a un sector económico que ha puesto fin a los ERTE de sus negocios en virtud de las nuevas condiciones. Y así, para adornarlo, se habla de comunidades rebeldes, traiciones y deslealtades, como quien cuenta el argumento de un nuevo episodio de
Star wars. Entretenidos a falta de algo memorable.