El abuelo Lucas, como le conocen en el barrio, se encuentra pletórico cuando se anuncia la feria de Jaén, por aquello de que celebra su onomástica con toda su prole, que se desplazan a la capital desde distintos puntos de la geografía nacional.
Esta feria nació por un privilegio concedido por Enrique IV de Castilla a la ciudad de Jaén en el año 1453. - ¿Privilegio, eso qué es?, -le pregunta uno de sus nietos, que han adelantado la visita-.
Esa era una autorización que daba el rey para realizar una actividad, en este caso, una feria de ganado, -aclara el abuelo-. Pero se realizaba en el mes de agosto y era costumbre alzar el paño de la Verónica desde la balconada de la catedral. A eso se le añadían celebraciones religiosas, festejos taurinos y fuegos de artificio.
En realidad, el origen de la feria de San Lucas, -continúa el abuelo-, aparece en el año 1805, debido a una epidemia de peste y fiebre amarilla que llevó a dejar a la ciudad en cuarentena el mes de agosto. El concejo de la ciudad decidió trasladar la feria al mes de octubre, coincidiendo con una feria menor de ganado vacuno, concretamente en fechas próximas al 18 de octubre, día de San Lucas.
Asimismo, la Real Sociedad de Amigos del País propuso en 1833 realzar la feria agrícola y ganadera con una serie de festejos, aunque se mantenía también la de agosto, pero la degradación económica provocó que se quedara solo la de octubre.
Lucas, refiere la aparición de los primeros gigantes y cabezudos, que llegaron a Jaén en el año 1902, coincidiendo con la celebración de la mayoría de edad del Alfonso XIII, que asumió el poder en ese mismo año. Esos gigantes representaban una reina y un chino, pero además había dos cabezudos: un bandolero y una gitana.
En la algarabía que se avecina, con el inicio de la festividad, es preciso asimilar que los próximos días de asueto son para disfrutarlos y para ello hay que ser consciente de mantener una relación de cordialidad con todas las personas que te rodean… y que el alcohol no rompa ese lazo.