A colación de la presentación, en la biblioteca Literaria Giennense, del libro Tradición oral en Jaén y provincia (Leyendas y Romances), que se celebrará el próximo jueves, 26 del presente mes, un grupo de personas, cercanas al autor de la obra, manifestaban la importancia de la transmisión oral en nuestra provincia, tan rica en elementos patrimoniales como el que se traslada con estas letras.
Son muy importantes los archivos y su consulta para desmigajar la historia de un espacio, de un lugar, de un pueblo o de una provincia, pero no hay que menospreciar la información almacenada en la cabeza de las personas mayores que han logrado retener un fragmento de los anales, en este caso, de la provincia jaenera.
Es frecuente escuchar en los hogares la frase <<ya está el abuelo con las batallitas>>. En ese preciso instante hay que grabar esas batallitas porque es muy probable que cuando esa persona ya no esté entre nosotros su máximo legado habrá sido esa valiosa información.
En la publicación Tradición oral en Jaén y provincia (Leyendas y Romances) viene a trasladar esas batallitas recuperadas en todos los pueblos de nuestra rica provincia, y cuando utilizo el término rica, me refiero al enorme patrimonio etnográfico de cada rincón.
Hay muchos elementos de transmisión oral que no debemos olvidar y los que estén bajo el influjo de la telaraña habrá que desempolvarlos. La gastronomía, costumbres, cánticos, tradiciones, leyendas y los propios romances tienen el suficiente empaque para atacar su recuperación desde diferentes frentes.
Precisamente, en los cinco años de preparación del libro Tradición oral en Jaén y provincia (Leyendas y Romances), algunos de los informantes eran capaces de recordar, recitar o cantar romances pero ignoraban que así se les hubieran bautizado. Tan solo los conocían porque su madre o su abuela, era habitual la transmisión por parte de las mujeres, se los cantaban y consiguieron retenerlos. Esos romances que narran diversas vicisitudes acaecidas en la península, porque no hay que olvidar que los mayores difusores de estas coplas eran personas, muchas de ellas invidentes, que se ganaban la vida
vendiendo sus pliegos de cordel por las plazas de los pueblos, donde recogían el texto de los romances cantados.
¡Escuchemos las batallitas!