Cuando hace cosa de un año, el elenco de
El verano de vivimos, encabezado por Blanca Suárez, la gran ausente de este martes por motivos de agenda de última hora, Javier Rey y el director Carlos Sedes, junto a Pablo Molinero, compartían una jornada de entrevistas y del rodaje con la prensa antes de marcharse, nadie podía imaginarse que su regreso “que teníamos marcado en el calendario como un gran viaje”, explicaba Rey, iba a producirse en medio de una pandemia. Tampoco que el preestreno del filme grabado en esta ciudad que retrata “una gran historia épica de amor” en el verano de 1958 iba a convertirse en un acto casi terapéutico y de escape de los tiempos que vivimos, a la par que reivindicativo de la cultura, en este caso el cine, como un espacio seguro, para abrir boca en plena cuenta atrás para su llegada a alrededor de 400 salas de cine de todo el país. Será el próximo 6 de noviembre. No queda nada.
¿Vertigo?¿Expectación?Estrenar película a estas alturas de 2020 eleva al cuadrado todos los nervios y sensaciones propias de un estreno de estas dimensiones y supone todo un reto en unos “tiempos de incertidumbre” como los actuales que, pese a todo, no han robado ni un ápice de optimismo ni de ilusión a su equipo. Así lo reconocía en rueda de prensa su director, a poco más de una semana para que su cinta llegue a la gran pantalla. “Animo a la gente a que vaya al cine a ver esta historia de amor; el cine es una vía de escape y ahora más que nunca puede serlo”, indicaba un Carlos Sedes contento de reencontrarse con Jerez.
La mirada al pasado y en tono dorado, en consonancia con el color de la propia tierra de sus viñedos y sus vinos de un Jerez que los nostálgicos van a echar mucho de menos, tiene todos los ingredientes para que el viaje al verano del 58 en esta ciudad y su salto a los 90 cale entre los espectadores, especialmente si son amantes de la cultura del vino y de esta ciudad. Lo de los jerezanos es caso aparte.
El propio Rey, que lleva tres veranos consecutivos grabando en Andalucía, bromeaba en la presentación de la “venta continua” de esta ciudad que le hacían los jerezanos con los que se iba encontrando ese verano durante el rodaje. “Cada uno es embajador aquí, ¿eh?Hay un sentimiento de orgullo y una amabilidad extrema”, señalaba recordando con morriña cuando lo paraban para sugerirle sitios que no podía dejar de visitar. “La Oficina de Turismo de esta ciudad debería estar contenta”, apuntaba entre risas incapaz de quedarse con una escena en concreto.
“Me quedo con un conjunto, con la suerte de haber podido hacer este proyecto, (el cuarto con Sedes). Es una película de la que nos sentimos orgullosos: desde ir con Molinero en la moto, ir con Blanca en el coche, correr por la noche en la viña, a estar en una comida en la que empezaron a cantar unas mujeres y como gallego que soy se me pusieron los vellos de punta...Más allá de una película, ha sido una experiencia vital”, afirmaba, contento de volver a estar en González Byass, donde al mediodía presentaron la película que horas más tarde se proyectó en la bodega de La Concha.
Junto a ellos estaba la actriz jerezana María Espejo, para quien participar en el rodaje y asesorando en este proyecto “ha sido un regalo y un sueño”, por lo que sus palabras fueron de agradecimiento todo el tiempo. Un sentimiento que también invadía al actor Manuel Morón por un proyecto que le ha permitido “hacer cine como se hacía antes”.
Una promoción “inigualable”
La actriz Adelfa Calvo tiene claro que “nunca vamos a olvidar ese verano que vivimos en Jerez. Lo vamos a guardar en el corazón”, y en la presentación destacaba la “valentía” de todos los asistentes por “demostrar que el cine es un lugar seguro”. “Hoy damos el pistoletazo de salida a una promoción inigualable de Jerez, de su cultura, de sus vinos, bodegas y viñedos”, resaltaba la alcaldesa, Mamen Sánchez, que durante la jornada recibió el productor ejecutivo de Bambú, y a los actores, a los que acompañó en el preestreno en una tarde en la que Jerez desplegó la alfombra roja por unas horas para retornar al pasado más dorado de esta ciudad y olvidarse de la locura en la que estamos inmersos.
Jerez, el gran personaje secundario de la película
Desde que se dieron a conocer las primeras imágenes promocionales de El verano que vivimos quedó patente el protagonismo de Jerez -mucho más que un escenario de fondo-, pero también se fue creando cierto prejuicio en torno a la película bajo el apelativo de “pastelón”. Despréndase del prejuicio. No lo es. El filme de Carlos Sedes tiene más que ver con los grandes melodramas de Douglas Sirk de los 50 que con los dramones románticos que ha facturado el cine español en los últimos años al abrigo de algún best seller. Lo logra a través del color, de la luz, de un guión que cuida los diálogos y las situaciones, pero también a partir de la fuerza que irradia Blanca Suárez en pantalla y ante la que se rinden sus compañeros de reparto, Javier Rey y Pablo Molinero.
Y en torno a ellos, por supuesto, Jerez, el gran personaje secundario: los viñedos con su tierra albariza, la catedral, el Alcázar, las bodegas -González Byass-, los tabancos -El Pasaje y San Pablo-, la plaza de la Asunción, el Gallo Azul, la Porvera, las casas señoriales, el vino, el flamenco -Jesús Méndez, entre otros-, incluso la Feria -tal vez la escenificación más deslucida-. Todo ello descrito y presente de forma magistral en la primera hora de película. Todo ello con visos de convertirse en la mejor campaña de promoción turística de la ciudad en años. E impagable.