La Feria no tiene hora de entrada ni de salida, pero sí algunas pautas que conviene seguir al pie de la letra. Una retirada a tiempo es una victoria. El problema es percatarse de que ha llegado ese tiempo. Me permito un consejo: si el alumbrado lleva un par de horas encendido y usted no se ha dado ni cuenta, es oportuno que busque la salida del parque de manera inmediata porque su feria podría autodestruirse en cuestión de segundos. Ah, y si necesita ayuda, llame al 112, que le atienden con esmero y diligencia. Supermartes de pérdida de la consciencia.
El ruido como tal debió inventarlo un gachó después de pasear una tarde de martes por los cacharritos. Locura sobre el asfalto, más allá de las vías del tren. Vértigo y mareos con descuento. Sol abrasador que se entremezcla con el estruendo del claxon de un camión de bomberos y una máquina de tren en la que parecen convivir en armonía animales y teleñecos varios. Cae la tarde. Alivio meteorológico. Más fichas, menos billetes, más ruido..., es la guerra. Supermartes de los cacharritos.
Un par de horas después de encendido el alumbrado no había advertido aún los efectos de tan magno despliegue energético, pero sí tenía claro que su mujer se había quedado perdida en no sé sabe qué caseta. Y ojo, no le preocupaba el destino de la cónyuge; lo que realmente le quitaba el sentío -además del vino, qué tiene el vino- era que la prójima guardaba consigo los restos de la aportación económica solidaria suscrita por el común de la reunión antes de que el albero igualase los tonos de los zapatos.
A duras penas hace balance económico de este supermartes. Dos casetas de mucho nombre sin pagar -“y con langostinos de los que hacía mucho tiempo no veía en la Feria, primo”- y otras tantas de baile, roneo y copas largas. Pusieron 20 euros, no se tienen en pie, y están a punto de quedar otro día para repartir beneficios. Supermartes de gañoteo empresarial y comercial.
Desconfíe de aquellos que le dicen al oído que están “sin ganas de Feria”, de esos que a mediodía ponen caras mustias cual jaramago de la Laguna de Torrox, de esos que aseguran estar “deseando que pase la semana”. No les mire a los ojos, porque estos días la mirada no es el espejo del alma. Qué va. El espejo del alma son las costuras de los zapatos, que por mucho flete mañanero ocultan restos más que apreciables de albero. No hay que ser experto en criminalística para darse cuenta de que detrás de esa fachada que asegura estar “deseando que pase la semana” se encuentra casi siempre un individuo que a poco que se lo proponga va a pasar más horas en la Feria que las gitanas de los claveles. Supermartes del despiste, del sí pero no, del no pero sí.
Es definitivo. Alguien debería contabilizar la gente que entra y sale diariamente de la Feria, porque como año tras año se siga diciendo aquello de que “hay menos gente” que el pasado, de aquí a cuatro o cinco no va a quedar nadie sobre el albero. Según los datos de la patronal hostelera Horeca, los hoteles superan en doce puntos el nivel de ocupación de 2014, lo que supone alcanzar el 90 por ciento hasta el jueves. De ahí en adelante, la previsión rebasa el 95 por cien. Toda esta gente, a lo que se ve, no pisa la Feria. Como mi amigo, el de la cara de jaramago de la Laguna de Torrox y los zapatos empapados de albero. La Feria necesita a un Dani Carretero que cuente a la gente que viene y va, para que luego los caseteros emitan comunicados negando todos los números. #JeSuisPenumbra. Supermartes del balance contable que nadie cuenta ni contará.
Dice la Aemet que lo peor está aún por llegar, que lo de ayer fue un adelanto de lo que espera para hoy y, sobre todo, para mañana jueves. Hizo calor, hace calor y viene calor; hasta el punto de que algunas casetas amortizan los aires acondicionados en el tiempo que va entre el “mírala cara a cara que es la primera” y aquello de “en la cuarta los lances definitivos”. Y vengan frigorías, y vengan decibelios. En algún lejano panel de control de consumo de una suministradora energética un técnico se echa las manos a la cabeza. Se activa el código rojo. ¿Qué ocurre? ¡Se nos cae el sistema! Y un informe sobre la mesa con un mensaje encriptado: “Feria. Jerez. Calor. Aires, bafles y freidoras a tope”. Y el abrigo del primark en el fondo del ropero. De Siberia al desierto del Gobi en un salto de terraza; resfriados de ida y vuelta. Supermartes de facturón de la luz.
Los políticos no van a la Feria a hacer política, ni a hablar de política, ni a pedir el voto, ni a imaginar resultados ni especular con pactos. Los políticos van a la Feria a compartir ratos de convivencia con nosotros los vecinos. Tampoco reparten propaganda electoral. Nos regalan abanicos de cartón, globos, pulseritas y otras maritatas. Y yo me lo creo, como me creo la historia del que está deseando “que se acabe la semana”.
La Feria de Jerez vivió ayer su supermartes, para no ser menos que los americanos en tiempos de primarias y votaciones en Ojaio, Alaska..., y Dinarama. Supermartes de los cacharritos, del gañoteo, del sí pero no, del balance contable que nadie cuenta, del aire acondicionado y la batalla de los chundachunda..., y supermartes electoral de la campaña que nadie traslada a la Feria. Y yo me lo creo, igual que me creo que tus zapatos hayan cambiado de color por arte de magia.