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Escrito en el metro

Mar, mar, solo mar

Mi abuelo jamás hubiese imaginado que en las orillas de su mar ya no habría conchas

Si hace medio siglo nos hubiesen dicho que un iceberg casi tan grande como la provincia de Málaga se desprendería de la Antártida, la alarma se habría apoderado de todos nosotros. Hoy esa noticia, que tan solo ocupa un pequeño espacio en los telediarios, ni nos inmuta como otra más de esas extrañas crónicas estivales que ayudan a evadirse en la soporífera canícula.  Si hace medio siglo nos hubiesen contado que sobre nuestros océanos flotan cinco grandes islas compuestas por las toneladas de plástico que vertemos a diario en lo que hace azul a nuestro planeta, a buen seguro que los sabios abrirían grandes dudas sobre nuestro futuro. Hoy esa noticia solo nos sirve para recordar que antes del último chapuzón en las saladas aguas tuvimos que apartar algunas del medio millón de botellas de plástico que a diario los malagueños desechamos.

Hace cincuenta años mi abuelo me permitía bañarme solo después de que las aguas fuesen bendecidas por la Reina de los mares. Eran sabios aquellos abuelos, viejos lobos de mar, sabían que hasta el día del Carmen los rayos del Sol quemaban demasiado y  que el mar estaba aún demasiado frío como para que el cuerpo se estremeciera.  Desde Marzo y hasta entonces solo paseábamos por la orilla, recogiendo conchas, regalándome una historia para cada una de aquellas pequeñas maravillas. Historias siempre de la omnipresente mar. Lo vivo se devolvía al mar, porque la mar era indómita y siempre reclama lo que ella creó. Incluso cuando encontrábamos algúnextraño objeto él me lo ofrecía como el resto de algún naufragio, adornado con sus aventuras vividas desde Espartel hasta Terranova.

Mi abuelo jamás hubiese imaginado que en las orillas de su mar ya no habría conchas, sino que hoy lo que más abunda en el límite entre la tierra y el mar son las colillas, sobre las que le resultaría muy difícil imaginar más historias que las de unos desaprensivos. Dentro de medio siglo nos reprocharán como fuimos tan despreocupados. Cuando los últimos rayos de sol caían, vislumbrándose en alguna ocasión un rayo verde, nos volvíamos cantando la vieja canción del Pirata de Alborán: mar, mar, solo mar, a barlovento contigo, siempre TÚ, mar.¿Por qué no la entonas?.

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