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Escrito en el metro

La alegre compañía de los tristes

Lo que peor lleva es como conseguir nuevas formas de ocio y el miedo a la soledad

Málaga, abril de 2037. Hoy es el cumpleaños de mi amigo Andrés, cumplirá los 120 años. Aún le queda mucho tiempo por vivir, dice él. La esperanza de vida a estas alturas está en los 150. Mientras mi atento robot Mambrú envuelve el regalo que le llevaremos, en el muro pantalla del salón aparece una noticia de alcance. La Academia de bioinformáticos anuncia que el cáncer se declara como una enfermedad extinta. Quien lo iba a decir, al final han sido las grandes empresas de tecnologías de la información las encargadas de erradicar las enfermedades. La nanotecnología se ha revelado más eficaz que las poderosas compañías farmacéuticas. La rueda de prensa acaba con el planteamiento de que el nuevo objetivo es alcanzar la inmortalidad. Desde hace unos años el envejecimiento se ha considerado como una enfermedad de alto coste. Andrés tiene la esperanza que a él le lleguen los últimos avances y pueda disfrutar de algunos siglos más. Lo que peor lleva es como conseguir nuevas formas de ocio y el miedo a la soledad. Desde que le eximieron de trabajar por la plena inclusión de los robots en el mundo laboral, ha tenido la oportunidad de visitar todos los países de la Gran Unión, e incluso se ha permitido un vuelo espacial alrededor de la Tierra de 30 días. Le gustaría ir a Marte, pero la lista de espera es demasiado grande. Ha practicado todos los deportes de alto riesgo, desde sumergirse en las profundas simas de la Cueva de Voronia, hasta deslizarse en ala delta desde el Everest.

Mi regalo son dos libros de mi biblioteca, una de las pocas que quedan en la ciudad. Una edición de El Quijote de 1730 y una primera de Cien años de soledad. Percibo que al abrirlo no le agradan demasiado, tal vez porque considera a los libros como algo ya insulso o porque se lo ha tomado como una provocación. Él sentía que la soledad es una enfermedad irremediable. Nunca quiso admitir, como decía Gabo, que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. La obra de Cervantes es el gran tratado de la soledad, no en vano es uno de los sustantivos más citados. Y así le recité a mi amigo, a modo de consejo, aquella oración exclamativa del ingenioso hidalgo ¡Oh, Soledad, alegre compañía de los tristes!

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