Estamos acostumbrados a los mapas de geografía, también a los clásicos mapas políticos con marcados colores diferenciando a los países. Más tarde han venido la riada de atlas estratégicos y geopolíticos que marcaban el recorrido de las distintas áreas políticas del mundo, el auge y caída de los imperios y de los reinos que han desaparecido, pero que tuvieron sus etapas de esplendor. Kaplan en La Venganza de la Geografía explota “la representación espacial de las divisiones de la humanidad”. En definitiva, la marea incontenible de la globalización tiene sus límites en la topografía y los mares que circundan a los territorios.
En el mapa de España Madrid ocupa el centro. Por eso la escogió Felipe II en 1561 como capital, siendo entonces una pequeña villa que se convierte en corte de la monarquía hispánica. Si la capital se hubiese trasladado a Lisboa durante la Unión Ibérica, con el mismo rey, años más tarde probablemente -sostienen muchos historiadores- el destino mundial de españoles y portugueses hubiese sido más brillante, porque no se habría producido la ruptura entre España y Portugal y el sentido federativo se hubiera impuesto. No para siempre, porque como dice Norman Davies “la vida de un Estado, incluso del más poderoso, es finita”.
Madrid empezó a constituirse en el centro de todo paulatinamente. Carreteras, transportes, servicios postales, consejos del reino, militares, políticos, escritores, artistas se fueron concentrando en Madrid. Menos las flotas de Indias, que salían de Sevilla y Cádiz porque el río Manzanares no da para más. Esa centralización, disminuida con el estado de las autonomías se ha visto reforzada por la fijación en Madrid de los centros de distribución, de las finanzas y de la mayoría de las grandes empresas. La torpeza del independentismo catalán -Caixabank y la salida de empresas- y la falta de ambición de algunas autonomías hacen el resto, como ejemplo, Abengoa. Hoy el madrileñismo, sustentado por el PP, empieza a ser un fenómeno que concita reticencias en el resto de España. La pandemia ha elevado el estatus de su presidencia a Díaz Ayuso por su perpetuo enfrentamiento con el gobierno central y su proverbial discrepancia con el resto de las comunidades. El “efecto Numancia” ha significado que el victimismo del presunto cerco se convierta en un plus para quien se hace abanderada de los sitiados madrileños. Los demás españoles, además de confinados, apaleados.