Habrá que decirlo con crudeza, el racinguismo está en extinción. Apenas 300 ó 400 socios o abonados, 400 benditos acudimos a la avenida de Valdelagrana para presenciar el rito dominical, ver saltar 11 camisetas de sangre y pureza.
En tiempos en los que ni El Puerto es del Portuense, ni lo políticos son del Portuense, ni la juventud local es del Portuense (a éstos les va más la charanga), todavía año a año déficit a déficit, el Racing Club Portuense inaugura temporada, ya sea en Regional, Tercera o Segunda B.
El José del Cuvillo no es un estadio, es una trinchera donde nos damos apoyo unos irreductibles aficionados comandados por 10 ó 12 maravillosos dirigentes. Tipos que resisten en tiempos de crisis nacional, con economías de guerra en las familias porteñas, unos accesos en el mejor de los casos deprimente, pero marchamos, resistimos…
Hablando de infraestructuras, la última gran obra de la ciudad son las pasarelas, los puentes o como llame el padre de Domingo Ortega. Miren por donde, iban a realizar una pasarela que dejaba comunicado el centro de la ciudad con Valdelagrana y por milagrosa idea caía a los pies del Cuvillo, naturalmente no vamos a hacer un puente para los aficionados porteños (pensará uno que le da tela magin).
Sin embargo, no solo beneficiaba al futbolero, ese puente social, nuevos negocios, ahorro en el tráfico de coches, pero claro, me comentan que los vecinos de la República independiente no lo desean… y es que ni los puentes son del Racing.
