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El Loco de la salina

La Isla da miedo

El loco del cuarto nos contó un cuento que a mí no se me olvida a pesar de los años que han pasado

Hoy nos hemos reunido en el patio del manicomio y hemos recordado aquellos cuentos terroríficos que a los niños nos dejaba con el alma en vilo y la camisa escurriéndose en el cuerpo. En aquella época no teníamos Halloween, porque de los americanos solamente nos llegaba el queso y la leche en polvo. Nadie tenía el menor interés en sacar a la luz la sangre, el terror y esas cosas horribles que tanto encantan a los niños sin que todavía sepamos por qué. Al contrario, se soñaba con un mundo feliz, pero la dictadura no daba para más. Después vino la tele con esas películas en las que los tiros eran el pan nuestro de cada día. Y ya comenzamos a tomarnos a broma cualquier pamplina que cambiara la sangre por tomate. No hay un loco que no recuerde alguna de aquellas historias que nos hacían cerrar y abrir los ojos de espanto.

Hoy, como tenemos muy pocas cosas en qué pensar, hemos tirado de la memoria. El loco del cuarto nos contó un cuento que a mí no se me olvida a pesar de los años que han pasado. Dice que dos amigos hicieron una apuesta a ver quién era capaz de ir al cementerio a medianoche a clavar una estaca en la misma puerta del 141. El primero se encaminó al camposanto con su martillo y su estaca, mientras el otro lo esperaba. Al rato volvió con la cara más blanca que un folio pero orgulloso de haber vencido al miedo. El otro no quiso ser menos y le echó valor. Hacía mucho frío y para abrigarse se echó una capa encima de los hombros. La noche se había puesto para estar bien tapadito y no para aventuras tétricas. El hombre llegó hasta la puerta, tembloroso sacó el martillo y se puso a clavarla estaca en la misma puerta. Cuando ya terminó y se iba a marchar, sintió que lo agarraban por detrás con fuerza y no lo soltaban. Como era de esperar, le dio un infarto gordo y se quedó en el sitio. Perdió la apuesta al mismo tiempo que la vida y todo fue porque clavó la estaca sobre la capa que llevaba. A todos nos entraba pánico solo de escuchar la historia.

Hoy podemos ver en La Isla un muestrario de todas las variedades que lleva el terror, sin que ninguna de ellas nos llame a espanto. Es más, la gente se hace fotos y disfruta con ellas. San Fernando, conocida hace tiempo como ciudad dormitorio, cuando llegan estas fechas, cambia sus camas por tumbas y nichos. Todos los años aparece alguna novedad macabra. Este año está triunfando la silla eléctrica que han puesto frente al Centro de Congresos. Es un encanto. Tiene hasta su casco con cables para que el ajusticiado muera bien muerto cuando le pegue la descarga mortal. Una maravilla. La gente se hace fotos sin parar. Los niños, con sus ropitas manchadas de sangre, se pelean para sentarse en la sillita. Por todas partes corren aires de telarañas y de brujas. El de la motosierra no da abasto corriendo de un sitio para otro. El señor de los anillos luce sus personajes salvajes en la misma puerta del ayuntamiento y el personal les ríe las gracias. Eran los que faltaban para que el pobrecito que va a arreglar algún papel a la Casa Consistorial se tenga que tirar allí dos horas más esperando.

No hay quien pueda entender este mundo de cuerdos, que se recrea con el terror y sin embargo se echa a temblar con una simple carta de Hacienda.

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