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El Loco de la salina

Bien por Sara e Ismael

Lo que me encontré fue una grata sorpresa, una cosa que le hacía mucha falta a esta ciudad tan escasa de cosas así

Este viernes pasado salí del manicomio sin rumbo fijo; dejé a un lado los tubos oxidados de la Plaza del Rey, subí la Cuestecilla de la cárcel sabiendo que el levantazo que hacía me iba a despeinar a las bravas, pasé por la Churrería La Plaza y me encontré con que ya no había ni churros ni Churrería. Pensé que La Isla va cerrando poco a poco su malvivir. Sin embargo, lo que me encontré fue una grata sorpresa, una cosa que le hacía mucha falta a esta ciudad tan escasa de cosas así, una perla. Han preparado allí un lugar acogedor y entrañable, siempre abierto a todas horas, un sitio diferente. Me entregué a la tentación de entrar y pude ver un ambiente donde quieren darse la mano la cultura, la música y el don de quien desee mostrar su arte a los que se toman allí un café o degustan unos dulces o fraternizan con unas copas por delante.

SUGAR CAFÉ, que así es su nombre, promete ser un lugar de encuentro de la gente distinta, de esa que siente otras inquietudes que no sea la de ir de bar en bar a ver qué me voy a tomar mientras miran cómo pasea el personal a su alrededor. Ojalá en el manicomio tuviéramos un sitio como este. Los locos nos volveríamos más locos todavía y podríamos volcar nuestra alma en el coqueto escenario que adorna la salita central de Sugar Café. La de tonterías y pamplinas que podríamos decir allí, si nos dejaran.

Los dueños que han fabricado la idea son Sara e Ismael, a quienes no hay más remedio que felicitar.

Por si faltara poco, tuve la fortuna de que salió por sorpresa al bonito escenario nuestro paisano y artista Alex O’Dogherty, quien se puso al piano y obsequió unas cuantas canciones suyas a los asistentes con el arte que le caracteriza. El piano me llamó la atención; es como una cebra sonora venida del África salvaje y, según me contaron, Álex lo ha estrenado allí y lo ha dejado anclado en el escenario, para que cualquier mano experta pueda acariciarlo, sacarle las mejores notas y emocionar a quien se preste. Ya he advertido de que no dejen que ningún loco se acerque, porque el piano seguro que sale trotando. Aparte de agradecerle el detalle del regalo de unas cuantas canciones suyas, me encantó la que se titula Me quedo con lo bueno, cosa que hice nada más salir de allí, quedarme con lo bueno, sin que sepa señalar algo que allí fuera malo.

Sara Fornell, que de tatuajes entiende un montón, dibujó, por encima del nombre que preside la barra, una abeja, símbolo de muchas cosas. Parece que Miguel de Cervantes pensó en Sugar Café cuando escribió: “En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo”(Primera parte. Cap. XI).

Por tanto, tenemos ya en La Isla un lugar apto para todo tipo de charlas, e incluso parece que los sábados habrá actuaciones tipo cabaret. La fiesta está servida por todo lo alto. Cuando vuelva al manicomio y lo cuente, mis amigos se van a quedar más atontados de lo que ya están.
Ya era hora de que las buenas ideas nacidas en los brillantes cerebros de algunos cañaíllas nazcan y se lleven a la práctica. Enhorabuena a Sara y a Ismael por su brillante iniciativa y por la ilusión y el empeño que han puesto en parir algo tan necesario para La Isla. Gracias.

 

 

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