El malagueño Sergio Sarria, premiado guionista de
El intermedio, ha convertido en miniserie su novela
El hombre que odiaba a Paulo Coelho, adaptada bajo el título de
Nasdrovia y estrenada en Movistar. Apoyado para las labores creativas en Luismi Pérez, Miguel Esteban y Marc Vigil, cuenta la historia de una pareja de abogados de éxito -lo han logrado gracias a cubrirle las espaldas a notorios corruptos de la España del pelotazo-, recién separados y cansados de una clientela tan despreciable como beneficiosa, por lo que, una vez alcanzada una posición privilegiada, se ven empujados a replantearse qué hacer con sus vidas ahora que aún están a tiempo de reinventarse, recién entrados en los cuarenta. Y esa reinvención se les presenta por sorpresa en forma de restaurante ruso, cuya prosperidad termina ligada a los intereses particulares de un expeditivo y simpático mafioso moscovita que convierte el local en su centro de operaciones.
Dividida en seis y agradecidos episodios cortos, la historia se desarrolla en su mayor parte desde el punto de vista de su protagonista femenina, Edurne (Leonor Watling), que convierte sus constantes apelaciones al telespectador en una de las señas de identidad narrativas de la serie, en especial para subrayar su pretendida vertiente cómica -la que incide en su particular aproximación a la crisis de identidad de los 40-, aunque -todo comienza a torcerse a partir del cuarto episodio- tendente en ocasiones a un humor negro que no termina de reivindicarse por la acentuada falta de tono con la que se desencadena toda la trama, desde el momento en que sus constantes vitales comienzan a diluirse y a confundir al propio espectador con sus incesantes saltos de la comedia al drama y del drama al thriller, sin que quede claro cuál de las partes hay que tomarse más en serio, o en broma, y, lo que es peor, si al final nos importa lo que pueda ocurrirle a la pareja de incautos.
Por otra parte, de
Nasdrovia sobresale su escenificación, aunque no se entiende la apertura del nuevo restaurante en un callejón escondido; la elegante partitura de Darío Valderrama; y las excelentes creaciones de Leonor Watling y de un estupendo Anton Yakovlev, capaz de afinar en cada uno de los registros de un personaje menos estereotipado de lo que aparenta, y al que terminamos por comprender mucho mejor que a sus futuros abogados.