Paolo Sorrentino siente debilidad hacia la reconstrucción particular de lo real, ya sea a través de un jefe de gobierno (Giulio Andreotti en
Il divo), un magnate (Silvio Berlusconi en
Silvio y los otros) o la propia ciudad de Roma (
La gran belleza); hasta incluía a un trasunto de Maradona en
La juventud. Sustentado por HBO ha hecho lo propio con el Vaticano de la mano de
The young pope y
The new pope, dos series en una, en las que da rienda a su enorme talento cinematográfico, que implica asimismo su tendencia al exceso, la distorsión de esa misma realidad en la que tanto se recrea y el imborrable estigma que supone la sombra de Fellini sobre su propia obra, en el sentido de que hace ya muchos años un señor irrepetible y compatriota suyo lo dejó todo inventado como para aspirar a situarse a su altura, sin que ello vaya en detrimento de su personalísima capacidad para el riesgo, el atrevimiento y la originalidad, fundamentales para lograr fascinarnos como ocurre en los trabajos ya citados, aunque a veces nos engañemos a nosotros mismos como espectadores.
La apuesta en este caso es para agarrarse al asiento: Sorrentino entrando en el cónclave cardenalicio y con Jude Law de
Holly Father. Y sin embargo, no hay motivo para el escándalo. Primero, por el apabullante dominio de la escenografía; segundo, por su capacidad para profundizar, incluso en la intimidad, de la galería principal de personajes, y, tercero, porque no pretende dar lecciones morales, en todo caso ajustar determinadas cuentas pendientes en nombre de la Iglesia, aunque sea para subrayar que estamos ante una ficción, puesto que en lo esencial todo resulta inverosímil, empezando por un papa de papel couché atormentado por su carencia de mensaje, lo que recuerda a lo que se decía de Juan Pablo II cada vez que llenaba la plaza de San Pedro: “Les gusta mucho el cantante, pero poco la canción”.
Esta segunda temporada -o continuación-,
The new pope, incorpora a un brillante John Malkovich, es mucho más sarcástica y divertida, pero también más tendente a las concesiones, como ese subrayado de canciones pop que terminan haciéndose cansinas, incluso resulta vulgar en algunas tramas secundarias. Y aún así persiste la fascinación; sin olvidar el memorable personaje interpretado por Silvio Orlando, el del cardenal Voielo, digno de figurar en el olimpo televisivo de personajes inolvidables.