El temblor de la tierra en México coincidió con cambios en la vida laboral de Carlos Bienvenido. Este ingeniero gaditano trabaja en México desde hace algún tiempo y el pasado mes de septiembre se alojaba en un hotel en la denominada zona Rosa, cerca del Paseo de la Reforma, una de las principales avenidas de la ciudad. Los primeros días estuvo alojado en el hotel, recuerda, a la vez que hace referencia a la conmemoración del terremoto del año 85. “Todos los 19 de septiembre se hace un simulacro recordando aquella fecha tan trágica. El simulacro comienza a las once de la mañana, sonando las alarmas antisísmicas y se hizo de la manera que pide el protocolo: se abandonan las casas y los trabajos de manera tranquila y ordenada, para refrescar la memoria. Que siempre se tengan en cuenta las medidas que hay que tomar”, explica el joven.
Tras terminar el simulacro, se retoma la vida normal. Y ese día, dos horas más tarde, sobre las 13.14 horas, este joven que iba buscando referencias de viviendas para alojarse y así afrontar su nuevo trabajo, vivió su primer terremoto.
“Me encontraba en el parque España, en la Colonia Condesa. A esa hora acababa de colgar una llamada y justo en ese momento empieza a sonar la alarma sísmica. En ese momento, se supone que tras sonar pasan unos segundos y se produce el temblor. Ahora si el epicentro está cerca prácticamente es al unísono el sonido de la sirena y el temblor de la tierra”. Cuando empezó a escuchar las alarmas, se encontraba a pie del edificio que había visitado. “Empieza a sonar la alarma y un segundo más tarde empieza a vibrar el suelo. En pocos segundos pasa de vibrar a ondularse el pavimento, subir y bajar, como si fuera el mar, exactamente igual. Es una sensación que impresiona”.
En ese momento, aparecieron voces de gente dando indicaciones “pidiendo que fuéramos hacia el parque y nos alejáramos de los edificios. Todo esto el suelo ondulándose y los edificios demasiado cerca. El temblor casi que tiraba al suelo, y no dura mucho, unos 20-25 segundos”, relata Carlos Bienvenido. Tras terminar el temblor se escuchó el colapso de un edificio y su derrumbe, para dar paso después a una nube de polvo (fue uno de los edificios que se desplomaron en la calle Amsterdam, especifica).
“Se vive como una película, como si no fuera real. Es mi primer temblor en México y vives con impresión lo que ocurre. Ver cómo se ondula el suelo es como una fantasía. Corres, pero te caes porque el suelo no es estable. No sabes si se va a abrir, si algo se va a caer cerca de ti”.
Tras la nube de polvo, “empezamos a andar en sentido contrario, y a oler a gas, algo que asusta. Lo minutos posteriores empiezas a buscar un sitio para resguardarte, se anda por en medio de la calle. La gente llora y tiene miedo, desesperada porque intenta hablar por teléfono y no lo consigue o se ha enterado que su zona ha resultado muy afectada”. Se viven muchas emociones que van desde la tristeza, la desesperación y la angustia. “Ahí se empieza a entender la magnitud del temblor, que ha sido algo extraordinario, te vas enterando que han caído 40 edificios, todo el mundo está nervioso”.
Tras esos primeros minutos, este gaditano se digirió hacia el hotel: “Las líneas de telefonía dejaron de funcionar unos quince minutos, no teníamos ni señal ni datos. Vi algunos edificios derrumbados”. Lo cambiaron de hotel porque el suyo presentaba grietas y a partir de ahí todo es distinto.
La ciudad “se colapsa, se empiezan a cortar calles donde han caído edificios. Empieza a aparecer policías y militares. La gente quiere volver a casa, el tráfico es terrible, se cierra el aeropuerto. Ese colapso dura hasta las cinco o seis de la tarde. Y después, por la noche parecía una ciudad desierta, igual que al día siguiente”. Los primeros días había miedo a las réplicas y era difícil conciliar el sueño.
Más tarde se empezaron a evaluar los edificios con tres colores: rojo (prohibido entrar porque está estructuralmente dañado), amarillo (se permite entrar aunque esté dañado) y los verdes (que se están calificando). Carlos asegura que “hay cientos de edificios que no se van a poder habitar”.
En su entorno laboral, el edificio que iba a ocupar provisionalmente su nueva empresa se derrumbó. En ese edificio “conocía a dos personas que se quedaron sepultadas y no han salido con vida: Jorge Gómez, un chico malagueño y otra chica de nacional mexicana, proveedora de pintura, América Vázquez”.
Carlos aprovechó la oportunidad para agradecer a la Embajada Española la ayuda a todas las empresas españolas con la cesión de espacios temporales.