La Pachanga: la danza de números, estrategias y convivencia con su campeonato de dominó

Publicado: 24/11/2023
Es jueves, o lunes, o viernes, o martes, o miércoles, y al entrar me asombra la concentración que se respira en el salón de la Peña La Pachanga...
En parejas, frente a frente, con miradas que buscan complicidad mientras la mente revisa los números que hay sobre la mesa, serpenteando, dibujando figuras geométricas entre el caos y los ángulos rectos, y los confronta con los que mantiene ocultos y los que deduce que oculta su compañero de juego. Es jueves, o lunes, o viernes, o martes, o miércoles, y al entrar me asombra la concentración que se respira en el salón de la Peña La Pachanga. En cada mesa, dos parejas. Tras la puerta, frente a la barra, un mural con la clasificación. Y pienso, qué maravilla, qué satisfacción pensar en cómo ha perdurado en el tiempo un campeonato que nació en 1983, dos años después de que los socios de la Peña La Pachanga inaugurasen su sede (la antigua) y oficializasen sus estatutos.

En los rincones silenciosos de la memoria colectiva, se desliza un juego que ha resistido el implacable paso del tiempo, marcando sus propias huellas en los caminos del ocio y la camaradería tan común en pueblos de origen marinero como Barbate: hablamos del Dominó. Las fichas se entrelazan como piezas de un rompecabezas, revelando secretos y estrategias que han florecido en torno a este antiguo pasatiempo.

Desde las sombras de los siglos, el dominó ha emergido como un testigo silencioso de la historia humana, con orígenes en la China del siglo XII. En aquel tiempo, las fichas de marfil eran talladas con esmero, y el juego era conocido como ‘Dóminos’ o ‘Hombres Voladores’. A través de las rutas comerciales, este juego viajó con el susurro del viento y la travesía de marineros hasta llegar a tierras lejanas como nuestro amado pueblo.

Las fichas, como poetas en un escenario etéreo, han sido testigos de un sinfín de anécdotas. En su superficie lisa, se reflejan las risas y los suspiros de generaciones que se han entregado a la danza estratégica de los números. Así, el dominó se convirtió en un eco atemporal de tradición y destreza, marcando partidas y travesías interminables a través del tejido de la historia.

Historia de La Pachanga

Hablamos con Antonio Oliva Malia, socio fundador y responsable de la Tesorería de la Peña Carnavalesca de La Pachanga… Enseguida percibo que, aunque el actual reportaje se centrará en su campeonato de Dominó, es necesario elaborar otro con la historia de esta mítica peña barbateña creada “por un grupo de amigos” allá por el año 1962. Enamorados del Carnaval, “nos juntábamos para disfrazarnos en los bailes de Navidad, época en la que alquilábamos un local”. El objetivo, “disfrutar” y compartir la pasión por la fiesta en honor a Don Carnal.

Para sus actividades, “cada pareja aportaba 125 pesetas, y los que estaban haciendo la mili, como supuestamente tenían menos dinero aunque ninguno de nosotros teníamos un duro, aportaban 75 pesetas. Con eso celebrábamos los Reyes Magos y otros actos”.

Como hemos mencionado, tras organizar muchos bailes, con la sana rivalidad ya iniciada con Los Bandoleros, en 1982 deciden comprar una sede, para lo que “pedimos un préstamo” que se fue pagando con “lo que se recaudaba de la barra y con la venta de la Lotería de Navidad”. Y es que en la sede se instaló una cantina que “abría todos los días y que llevábamos los 23 socios fundadores, que hacíamos varios grupos que se alternaban para ponerse tras la barra y atender a los clientes”.

La Pachanga organiza, además del citado campeonato de Dominó, numerosas actividades, algunas en Navidad, “el día de Reyes nos reunimos todos aquí”, pero sobre todo en Carnaval, con su Abreboca, su concurso y su participación en las distintas Cabalgatas. También contaban con su propia agrupación que cada año se inspiraba “en la comparsa que más nos gustaba de Cádiz, copiando el tipo y adaptando sus letras gracias a la maestría de nuestro letrista, ya fallecido, Chan”.

Su carroza, que ha obtenido once o doce primeros premios (gracias en parte a contar con un maestro carpintero como José Oliva), tenía un séquito de seguidores de 300 y 400 vecinos y vecinas que se disfrazaban con el tipo que ese año llevaba La Pachanga… “como el año de Las Olimpiadas, con una Carroza que era el Pebetero, que encendimos con una antorcha, mientras que a la cola estaban representados todos los deportes”.

Son muchas anécdotas, solo hay que mirar las paredes de esta nueva sede que es un “museo”. Una sede más pequeña tras venderse la anterior, pero con la condición de que se les dejara un local para que La Pachanga no desapareciera, como ha ocurrido con otras peñas carnavalescas… “las peñas han ido a menos, ahora la gente joven no quiere comprometerse. Se ha perdido ese espíritu”.

Hoy hablamos de dominó

Pero volvamos al dominó y es que en la esfera de la literatura y la cultura popular, es un juego que también ha dejado su huella, inspirando a mentes creativas y astutas. El escritor Jorge Luis Borges, en su juego de palabras característico, describió al Dominó como “un arte más sutil que el ajedrez”. Las fichas, según Borges, eran “a veces pájaros, a veces tigres, a veces paletas, a veces cúpulas, a veces naves”. En sus palabras, el dominó se transforma en un lienzo donde los números se disfrazan de criaturas mágicas, bailando en la imaginación de los jugadores.

Por otro lado, el filósofo Jean-Paul Sartre, con su agudo análisis existencial, señaló que “jugar al Dominó es existir”. En estas palabras, se vislumbra la conexión íntima entre el juego y la experiencia humana, donde cada partida es una afirmación de la misma existencia. Algo que se palpa en cada partida que acoge La Pachanga.

A medida que las fichas chocan y se deslizan sobre la mesa, también se desencadenan beneficios para la mente y el espíritu. El dominó no es solo una competición de números, sino una danza que requiere concentración, estrategia y un toque de intuición.

Estudios científicos respaldan la noción de que el dominó es más que un simple entretenimiento. Se ha demostrado que el juego contribuye al mantenimiento de la agilidad mental, estimulando la memoria y la toma de decisiones rápidas. Es una sinfonía de sinapsis que despiertan en el cerebro, una danza que desafía al tiempo y fortalece la conexión entre las células grises.

No menos importante es el aspecto social del dominó. En pueblos y ciudades, las mesas se convierten en puntos de encuentro donde las risas se entrelazan con el sonido de las fichas al caer. Es en estos momentos compartidos donde el Dominó se revela como un catalizador de amistades duraderas. La comunicación fluye con la misma naturalidad que las estrategias sobre el tablero, tejiendo vínculos que resisten la prueba del tiempo.

Un templo en Barbate

De ahí que en las costas de la provincia de Cádiz, en el encanto tranquilo de Barbate, se erige un bastión de pasión dominófila: La Pachanga. Durante cuarenta años, esta peña ha llevado el arte del Dominó a nuevas alturas, organizando un campeonato que ha resistido el oleaje del tiempo.

Las mesas se despliegan como un tapiz interminable en la sede de La Pachanga, donde parejas de jugadores se sumergen en la competición con la misma intensidad que las olas que besan la costa cercana. El sonido de las fichas golpeando la madera o el duro plástico es la sinfonía que acompaña cada movimiento estratégico.

En el corazón de este torneo, se forjan lazos comunitarios que trascienden las fronteras de la competición. Los jugadores comparten historias, estrategias y risas, creando una red de amistades que se entrelazan como las mismas fichas del dominó.

Mucho más que un juego

Es más que un juego de números; es un poema en sí mismo, una oda a la conexión humana y la perseverancia a lo largo de los siglos. En cada ficha, se encuentra un pedazo de historia, una estrategia maestra y un vínculo que perdura más allá de la última partida. En Barbate, La Pachanga sigue siendo el faro que guía a los jugadores a través de las mareas del tiempo, recordándonos que, en el juego del dominó, la verdadera victoria radica en la amistad que florece entre las fichas y los corazones de quienes participan en esta danza eterna.

Más allá de su belleza poética, el Dominó es un desafío estratégico que requiere destreza y agudeza mental. Cada partida es una sinfonía de movimientos calculados, donde los jugadores, como estrategas en un campo de batalla numérico, buscan la supremacía sobre el tablero.

La interconexión de las fichas en el tablero refleja la complejidad de la mente humana. Cada movimiento es una elección, cada ficha colocada es una estrategia, y la victoria se alcanza no solo con habilidad matemática, sino con la capacidad de anticipar los movimientos del oponente. En este juego de números, se cultiva la agilidad mental, un recurso invaluable que resiste los embates del tiempo.

Este campeonato, más que una competición, es una celebración de la resistencia del Dominó en la era moderna. Las fichas, desgastadas por innumerables partidas, son testigos de la pasión y la dedicación de jugadores que han convertido este juego en una forma de arte.

La Pachanga no solo es un lugar de competición; es un santuario donde florecen la camaradería y la amistad.

La Pachanga no solo organiza un campeonato de Dominó; teje una historia viva, donde las fichas son los personajes y los jugadores son los narradores de esta epopeya numérica. Este antiguo juego, con sus raíces en el Lejano Oriente, ha encontrado un hogar en la costa gaditana, donde las olas del tiempo no logran desvanecer la pasión y la conexión humana que el dominó inspira.

Desde 1983

Un campeonato de dominó por parejas que se inició en 1983 (en el que participaron 14 parejas) porque “a la peña venía mucha gente que jugaba al dominó en los bares, así que se nos ocurrió organizar una competición” que está abierta a todo el mundo, no solo a los socios, “sin inscripción, solo hay que apuntarse y disfrutar”.

Esta batalla comienza el 15 o el 16 de octubre y concluye alrededor de la primera semana de diciembre, cuando se realiza el acto de clausura, con la entrega de premios al tiempo que se comparte “una copita” en una jornada de convivencia ya sea con una cena o un almuerzo de convivencia. Porque ese es el objetivo, “la convivencia, compartir opiniones, ideas, crear recuerdos…” alrededor de las fichas de dominó.

A los tres primeros se le entrega un trofeo y al resto de participantes también se le hace entrega de un recuerdo. El campeonato se lleva a cabo en formato liguilla, pero de una sola vuelta, en la que acaban enfrentándose todas las parejas y la que más punto obtenga se proclama ganadora. “Si hay empate, se celebra un enfrentamiento entre ellas”.

Desde su primera edición han sido cientos de vecinos los que han participado en este campeonato, con grandes campeones como Francisco Rodríguez Ligero, Félix González Malia y José Malia Domínguez

Así, en cada partida, en cada campeonato, la danza de las fichas continúa, recordándonos que, en el juego del dominó, la verdadera victoria no está en derrotar al oponente, sino en celebrar la alegría de jugar y compartir con amigos.

Mientras tanto, La Pachanga trata de renovarse para no desaparecer… “de los 18 socios, diez ya no están”. Ahora hay 57 herederos, que se encargan de mantener viva esta institución barbateña y con los que ya se ha iniciado un proceso de renovación de la Junta Directiva.

Un cambio generacional más que necesario… y es que como señala Oliva, entre risas, “llevo 65 años de Tesorero, creo que ya he cumplido. El año pasado escribí una carta de despedida con el objeto de que se cree una nueva Junta Directiva” y lograr así el más que deseado efecto dominó para que La Pachanga siga formando parte de nuestras vidas y que una nueva hornada ponga sobre la mesa el mayor doble para que resuene durante muchos años más.

 

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