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La Capital

"... prefiero mi pueblo a la gran ciudad; que prefiero a mis poetas consagrados por sus lectores, que a los poetas consagrados únicamente por sí mismos..."

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Ha habido gente -sobre todo editores, escritores y artistas en general-, que en varias ocasiones me han recomendado irme a vivir a alguna ciudad. En las ciudades, y más aún en las capitales, la cosa cultural se mueve mucho y hay más oportunidades para los escritores, dicen. Pero miren; vivo en un pueblo enclavado en la Ruta de los Pueblos Blancos, a dos pasos del campo; antes de que el sol despunte por la cresta de la sierra Margarita, los gallos cantan llamando al nuevo día, los oigo a diario. Tengo un río a unos 5 minutos de mi casa que está rodeado de chopos, fresnos y olmos; multitud de senderos por donde pasear y perderme cuando lo necesite... Ah, y un hermoso limonero justo en la puerta. ¿Qué carajo me puede importar ‘la cosa cultural’ de las capitales? 

Ahora está muy de moda entre ciertos poetas -expertos en el ‘postureo’-todo lo urbano, lo posmoderno, incluso el realismo más o menos ‘sucio’, y la mayoría de escritores provincianos sueñan con vivir en grandes ciudades, emborracharse para escribir en los bares e ir soltando palabras mal sonantes desde que se levantan hasta que se acuestan, al estilo -piensan ellos- Bukowski, pero el viejo Bukowski era mucho más que todo eso.

Cruzo los dedos para no dejarme arrastrar por la corriente, para quedarme al margen de ese ‘mundillo poético’ tan desagradable a veces, en el que afloran envidias, enemistades y todas esas cosas en las que no debería verse envueltas palabras tan importantes como Poeta o Poesía. He sido testigo de esto que cuento, y es que,aunque parezca que fue ayer, ya llevo un buen puñado de años dándole a la tecla y haciendo kilómetros para recitar. Por lo general, la experiencia hasta ahora ha sido positiva, pero también me tocó en más de una ocasión aguantar carros y carretas. Por eso mismo, he aprendido a separar el grano de la paja y he conseguido forjar amistad con poetas, músicos, pintores, etc., que no son sino gente normal y auténtica.

Después de todos estos años, puedo decir con certeza que prefiero mi pueblo a la gran ciudad; que prefiero a mis poetas consagrados por sus lectores, que a los poetas consagrados únicamente por sí mismos; que prefiero la honestidad a la prepotencia. Sin, duda, prefiero ser alumno de Julio Mariscal, Carlos Edmundo de Ory, José Mateos, Javier Salvago, Pepa Parra…, antes que maestro liendre encumbrado en la cima de lo banal. Créanme, no es falsa modestia ni nada parecido, es simplemente mi opinión.

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