De todos es sabido y así se viene afirmando en multitud de ocasiones, que el grado de desarrollo de un pueblo viene dado esencialmente por el nivel cultural del mismo.
Otra cosa es, cuando se habla de un concepto, saber a qué nos estamos refiriendo.
No es que queramos quedarnos solo en la conceptualización de la palabra. Al contrario. El ámbito cultural de una ciudad, pueblo o nación, siempre aterriza en un más que dibujado escenario, palpándose a ras de suelo, de manera que se suele ´oler´ en cada esquina, plaza o calle del lugar o lugares que vivimos o visitamos. Flota en el ambiente, como si tuviera existencia propia. Se nota en la sonrisa, gestos, comportamientos, actitudes y de manera evidenciada en lo que solemos llamar manifestaciones culturales.
Pero, como siempre sucede, depende del ángulo del prisma desde el que analicemos la palabra y sus consecuencias. De por sí, el significado y contenido es importante, no solo a nivel social, sino también personal, ya que en primera instancia cultura es ´cultivo, crianza´.
Denostada históricamente por los fácticos poderes públicos; dejada de la mano en el replanteamiento de los presupuestos administrativos; vapuleada entre los vientos ideológicos según las diferentes épocas de nuestra historia moderna, la Cultura – esta vez con mayúscula -, ha seguido sobreviviendo pese a los más oscuros deseos de manipulación y tergiversación no solo de su significado sino de su función individual y colectiva.
La hermana pobre en la lista de prioridades en bien social; la leoninamente repercutible (IVA–21%) pese a su fragilidad de mercado y su gran dificultad de subsistencia; la manifestación y reacción cultural siempre ha gozado afortunadamente de héroes. Personas que, a veces visibles y otras menos, han sabido desde su función artística, didáctica o simplemente gestora, darse cuenta del verdadero valor del contenido y contexto que queremos resaltar.
Podríamos hablar en primera persona y referirnos al ámbito en el que nos encontramos. En este caso nuestra Ciudad. Pero, pretendemos con el ´plural´ extender la universalidad de lo afirmado y, por supuesto, no caer en la exclusividad. Al fin y al cabo, suele ser un mal bastante extendido.
No obstante, no podemos dejar de invitar a una reflexión profunda sobre la particular realidad de Arcos de la Frontera. Ciudad bella donde la haya y con infinitud de posibles recursos de entidad propia, para la que su localización geográfica, historia e idiosincrasia como bienes raíces culturales, debería ser complementada por una gestión activa y propulsora de valores en constante movimiento.
No es el caso. La cultura puede dar más de sí en nuestro entorno. Debe ser objeto de más esfuerzo y dedicación de las instituciones. Es una parcela digna de reflexionar y desarrollar en su verdadero valor y repercusión tanto para las generaciones presentes como futuras, estableciendo bases en el área que vayan más allá de la inmediatez del ´yo bien´ o ´yo más´, a una conciencia imprescindible a través de aquella gestión, sobre cuál es su verdadero valor.
Desde el conjunto de conocimientos que permiten al individuo desarrollar su juicio crítico – esencial para una sociedad en libertad -, pasando por el conjunto de conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico e industrial, hasta los modos de vida, costumbres y manifestaciones tradicionales de un grupo social, el espectro de la Cultura es, como puede fácilmente deducirse, bastante amplio.
Es aquél ángulo del prisma al que nos referíamos y desde el que se mira, el que va a definir según su catalogación y lugar en el ranking de prioridades políticas, la gestión y su resultado efectivo para el conjunto de los ciudadanos.
Dar prioridad a una de acepciones de la palabra en detrimento de las otras, podría significar que estamos retrotrayendo la cultura. Que estamos yendo hacia atrás. Que nos quedamos en lo folklórico más que en lo esencial.
Si lo esencial es ir hacia adelante, se ha de potenciar aquellos resortes culturales que inviten a abrir fronteras, saltar cauces o, si hace falta, romper moldes. Quedarnos en lo tradicionalmente ´cool´, - buena onda - podría significar el parón interesado de quienes no tienen perspectiva de futuro en libertad, o quienes alimentados de espurios intereses prefieren el barbecho y la alienación.
La cultura ha de gozar de todas sus virtudes. Aquellas que ponen de manifiesto tanto el acervo de raíz e historia desde donde se produce, su comunión con la universalidad, así como la apertura al exterior con sus nuevas fórmulas y manifestaciones.
Enriquecer la vida cultural de un pueblo no consiste solamente en reiterar programas y fechas ya establecidas. Más bien viene a comportar un ejercicio de investigación en fórmulas, manifestaciones y propuestas multicolor, cuyas expectativas incentiven la imaginación, participación creativa, placer, fidelización y capacitación formativa individual y social.
Hoy asistimos a la depreciación del ámbito cultural, azuzado por el desprecio del factor desarrollo que puede suponer la Cultura. Un ´mercado´- en términos económicos, si se quiere – cuya industria, tan necesaria como necesario es el esparcimiento y el ocio bien entendido, ha hecho de ciudades antes inmersas en una desdibujada e impersonal estructura endémica, foco de atención nacional e incluso mundial.
Sin atávicas comparaciones y por citar un ejemplo, hablaríamos de la ciudad de Bilbao, la cual, a través de la amplia visión de su tristemente fallecido alcalde Iñaki Azkuna, supo apostar por la cultura, transformando aquel reducto industrial y oscuro en la ciudad moderna que es, capaz de guardar tradiciones a través de su arquitectura y costumbres, al tiempo que se renueva en ofertas y actividades dignas de sus ciudadanos y visitantes de todo el mundo.
Modos estos de llevar a la ciudad desde el estancamiento al esplendor, desde la indefinición a la referencia, de la quietud al movimiento, entendido éste último como núcleo de actividad residente y visitante.
No es dinero todo lo que se necesita. Es una gran falacia.
Es más que conocido el binomio riqueza y corrupción, casi siempre acompañado de una alta dosis de dejación cultural. Es más efectivo el binomio imaginación y creatividad. Donde la imaginación no juega, el partido queda cojo.
Precisamente es el ámbito cultural el más propenso a jugar en imaginación, creación y desarrollo. Son sus pautas de juego. Sus armas de creación. Sus síntomas de bienestar.
En este caso, no es la crisis la que lo imposibilita.