Escribo este artículo el lunes 25 de noviembre pasado que se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la mujer. Antes de continuar, pido disculpas porque voy a emplear expresiones mal sonantes y palabras duras. Si alguien no lo desea, que no siga leyendo. Estoy harto de que este día pase solo con celebraciones, protocolos, frases hechas, manifestaciones de políticos, reivindicaciones femeninas y otras muchas actividades destinadas a la eliminación de la violencia traidora y cobarde de los hijos de puta mal nacidos contra el ser más débil, la mujer, y que todo siga igual cada año.
Seguramente esos hijos de puta no tendrán cojones de acosar y agredir a otros de su mismo sexo, a otro hombre. Y menos, si la otra persona tiene condiciones físicas para repeler la agresión y verse él en peligro. Esto no sucede con las agresiones físicas a la mujer, a ese ser que nos da la vida, y por donde hemos salido todos; porque suele carecer de las proporciones físicas de su agresor. El cabrón está siempre al acecho como los lobos traidores. Ve cosas donde no las hay y determina, por sus cojones, que esa mujer, ese cuerpo, esa vida es suya y solo él tiene poder sobre ella. Es de su propiedad y puede hacerle lo que le venga en gana.
La cobardía es una pusilanimidad que les sobra a los agresores. Son cobardes porque se refugian en la intimidad de su casa donde aseguran su maltrato psicológico y físico. Emplean, para su éxito, elementos que agraven su resultado hasta llegar, finalmente, a causar la muerte de la víctima. El agresor se despacha a gusto con numerosos agravantes penales. Conozcamos algunos:
Ejecuta su plan de ataque y agresión con alevosía, pues emplea medios, modos o formas que tiendan directa o especialmente a asegurarla, sin el riesgo que para su persona pudiera proceder de la defensa de la agredida. Sabe que los puñetazos, las patadas, los insultos y las agresiones con armas son medios que aseguran su ataque criminal y cobarde, y que la víctima carece de medios adecuados para su legítima defensa. Puede ejecutar el hecho con abuso de superioridad o aprovechando las circunstancias de lugar, tiempo o con el auxilio de otras personas (por ejemplo, amante o cooperador necesario) que debiliten su defensa o faciliten la impunidad de sus agresiones, por ejemplo, en casa ubicada en descampado que anulan el auxilio que pudiera requerir la víctima para su defensa.
Muchos de estos hijos de puta se justifican para agredirla por su antisemitismo, antiginitanismo o por la ideología, religión o creencias, etnia, raza o nación a la que pertenezca la víctima. Su abuso se ve a veces respaldado por la edad de la agredida, su sexo, orientación o identidad sexual o de género, razones de aporofobia o de exclusión social. O que padezca una discapacidad que la debilite y le asegure sus agresiones sin riesgos para él. El hijo de puta aprovecha todas estas desventajas de la víctima para acosarla, maltratarla hasta extremos y someterla, en ocasiones, a toda clase de vejaciones sexuales o incluso de prostitución.
El maltratador cobarde, y repito, hijo de puta cabrón, suele aprovechar su superioridad para aumentar deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima, causándole padecimientos innecesarios para la ejecución y el éxito del delito. No solamente la mata, sino que lo hace infringiéndole un sufrimiento innecesario, con agresiones controladas, como el ahogamiento intermitente, cortes y numerosas puñadas hasta finalmente la víctima deja de respirar. Entonces ha conseguido su trofeo, un trofeo que no le perteneció nunca, un trofeo del que nunca recogerá sus frutos porque lo ha exterminado y ahora sí, NUNCA SERÁ SUYA.
No quiero dejar de apuntar que esta sociedad está enferma y que, tanto los poderes políticos como los ácticos - que deben proteger a las víctimas -, no lo hacen. No basta con financiar programas de prevención a las asociaciones y entidades afectadas o con otras prebendas. Lo que hace falta de verdad es que el hijo de puta cobarde que agreda a su pareja, desde ese mismo instante, pague por ello, entre en la cárcel y cumpla las penas, aunque sean provisionales, hasta el día del juicio. El Derecho Penal, los tribunales, tienen que ser más rápidos y para eso están los especiales de Violencia de Género. A la cárcel con el cobarde maltratador asesino. El árbol desde chiquitito. Y ese agresor joven que comienza a pegar y maltratar a su mujer o pareja desde joven, no merece seguir disfrutando de la libertad. Si lo ha iniciado, ya no parará. Y a veces no se mata a la persona solo físicamente, se las mata psicológicamente, anulándola mentalmente, dejándola hecha una mierda que es como se sienten.
Y la mujer separada del agresor que no tenga medios para subsistir, que le asignen una ayuda económica para desenvolverse y dar de comer a sus hijos. Necesitará en algunos casos una identidad nueva y un hogar para ella y sus hijos y que el desgraciando cabrón no sepa nunca donde está. Lo siento, pero hoy estoy hasta los huevos de tanta parafernalia institucional y pocas soluciones, porque siguen maltratando y matando mujeres cada día. Y estaremos el año que viene en la misma meta de salida. Y no se habrá solucionado nada. Disculpen mi grosería intencionada y reivindicativa.