Aquéllos que sienten nostalgia de lo que había tras el telón de acero, los de la vieja guardia de los partidos comunistas anteriores y también posteriores al eurocomunismo, los ortodoxos y heterodoxos defensores del marxismo y el neomarxismo...
Aquéllos que sienten nostalgia de lo que había tras el telón de acero, los de la vieja guardia de los partidos comunistas anteriores y también posteriores al eurocomunismo, los ortodoxos y heterodoxos defensores del marxismo y el neomarxismo, se estarán ya haciendo alguna que otra ilusión respecto a la transformación del mundo que se avecina. Nada más y nada menos que la caída, ¡por fin!, del capitalismo. En Estados Unidos los intereses han bajado hasta el 0,25 por cierto. Un precio del money money histórico e increíble. Obama lo acaba de decir, mientras Bush daba por oficialmente abandonados los principios de la economía de mercado, que por existir nunca han existido. Ya no queda mucho margen de maniobra en lo que a política monetaria se refiere, que es de las principales herramientas en materia de política económica dentro de las sociedades capitalistas modernas, para impedir que el sistema se vaya a hacer puñetas. Si la medida no surte el efecto deseado, si la cosa no se reanima, ¿quién sabe?, tal vez haya que otorgarle el protagonismo casi absoluto a los estados y dejar que sean éstos los que asuman el papel único de banqueros, dado que la banca privada no presta, y el de empresarios, dado que las empresas no invierten apenas. Y todo por culpa del dinero. Marx no se habría imaginado nunca una situación como ésta. Se le podría haber pasado por la cabeza a un escritor de novelas de anticipación coetáneo suyo, sólo se me ocurre uno ahora mismo, a Lenin ni en sueños. La sabiduría popular viene advirtiéndonoslo desde siempre. La pasta, amigos míos, quizá producto del más prosaico, prototípico y práctico de los convencionalismos, no la que se come, sino la que es imprescindible para comer, es el origen de todos los males y, no obstante, al mismo tiempo, es la piedra angular sobre la que se sustentan las relaciones económicas de los pueblos civilizados desde hace siglos. Lo que pasa es que dejó hace mucho de ser un medio para convertirse en fin y ese proceso, llevado a sus últimas consecuencias por mediación de las nuevas tecnologías de la informática, más que nada la conexión y comunicación a través de internet, ha hecho que el concepto haya trascendido del plano físico al metafísico, de ahí su virtualidad -tanta como la de una anotación electrónica en cuenta-, su endemoniada versatilidad y, sobre todo, su jodida volatilidad. ¡Maldito parné!