“Si tú me pagas lo que ganaría con alquiler turístico, de acuerdo. Si no, se ha terminado tu contrato”. La frase es literal y denota dos cosas: lo que puede la ambición humana, no sólo de las grandes compañías ni de los fondos buitre y el error de la señora propietaria, al hablar como si con alquiler turístico fuera a tener ocupado su vivienda los 365 días del año, lo cual no pasa de ilusoria ambición.
Aunque digan lo contrario y aunque las inmobiliarias físicas o virtuales intenten convencernos de lo contrario, el alquiler turístico no solamente ha degradado la calidad del turismo recibido, además molestan a los vecinos, han elevado de forma considerable los alquileres hasta unos precios insoportables para cualquier familia, porque sólo pueden pagarlo quienes no necesitan alquilar como no sea de forma circunstancial y provocan vacío en el centro de la ciudad, inconveniente y peligroso para semejarla a un escenario de cartón piedra, animado tan sólo por los gritos y peleas de borracheras.
El cliente de apartamento es muy especial: busca ahorro y libertad para hacer el ruido y dejar la suciedad no permitidos en hoteles. Depender principalmente del turismo entraña un gravísimo riesgo, porque el turismo es una actividad ocasional, inestable y en el caso de los apartamentos turísticos quitan vecinos al casco histórico limitado a soportar escándalo y suciedad. Si el turismo no puede sostener por sí sólo la economía, ese tipo de alojamiento lo empeora, pues a cambio de un corto beneficio para unos cuantos arrendadores, quien se embolsa beneficios suculentos es un intermediario con residencia lejos de aquí, por lo que ni siquiera genera ingresos a la Agencia Tributaria.
Después de las últimas crisis las calles comerciales de Sevilla están quedando limitadas, restringidas al comercio extranjero; una forma de perder peso económico planteamiento redondeado por los pisos turísticos. Un panorama desolador.