Y eso, sin duda, fue lo que motivó al empresario local don Evaristo García García, propietario de la conocidísima confitería ubicada en la plaza de La Constitución (hoy Plaza Alta), esquina a la calle Alfonso XI, a invertir su dinero en la Feria Real.
Años atrás, don Evaristo García, tras conseguir la oportuna licencia municipal, consiguió instalar en la feria de Algeciras -o como se publicitaba en la época. “en sitio preferente, entrando en el paseo de la feria-”, una caseta-restaurante, denominada Restaurant de Durán.
La caseta-restaurante del señor García, estaba compuesta de dos departamentos, escalinata, vestíbulo, estantería, comedor y cocina; estando construida de madera, con toldo de tela; así mismo, disponía de ventanas, vidrieras y barandajes, cortinajes, banderas y gallardetes. Formando parte del establecimiento casetero, un apreciado mobiliario consistente en mesas, sillas y aparadores.
El servicio de mesas, estaba compuesto de manteles, servilletas y cubiertos, “con la cristalería y loza propia de esta clase de establecimientos”, según se anunciaba. Lógicamente, y en función a la categoría de la clientela habitual que visitaba el establecimiento durante los tres días de feria, éste contaba con un cuerpo de asistentes y camareros, acordes a los habituales comensales. Al parecer, el personal de los servicios de comedor y cocina, de los establecimientos hoteleros de la ciudad, encontraban en la caseta-restaurante de D. Evaristo, la oportunidad de sacarse un sobresueldo, durante la Feria Real.
Por la caseta-restaurate de Durán, pasó sin duda lo mas distinguido de la sociedad algecireña y del Campo de Gibraltar, que gustaba de disfrutar de los tres días de Feria Real. También se cuenta por los mas viejos de lugar, que a su vez, se lo oyeron decir a sus mayores, que por la caseta de don Evaristo, también pasaron los mejores toreros del momento; ya que una vez finalizadas las corridas en la antigua plaza de toros, los jefes de las cuadrillas, como también eran denominados los toreros, acompañados de sus subalternos y compañeros de cartel, gustaban de comentar la tarde vivida en el templo local de la tauromaquia, como era La Perseverancia, junto a una mesa bien servida.
Don Evaristo García García, además de ser una persona muy popular en la Algeciras de finales del siglo XIX y comienzos del XX, contaba con el afecto y respeto de sus paisanos, sin distinción de clase social. Según se iba acercando el mes de junio, la iniciativa empresarial de éste industrial local, hacía que no pocos algecireños que se encontraban sin trabajo, acudiesen a él, ya fuese para trabajar en la instalación de la descomunal caseta-restaurante, como (en el caso de los profesionales del sector), desempeñar su trabajo, ya fuese de camareros o cocineros, durante los tres días de Feria Real.
Mesas con tapa de mármol
Este empresario local, que tenía su domicilio particular en el número 29 de la calle Alfonso XI, gustaba de montar sus negocios aportando una gran inversión. Muestra de ello, es la confitería cuya ubicación se ha descrito anteriormente, y que constaba de dos mostradores con tapa de mármol, dos estanterías de dos cuerpos con dos cajoneras cada una y puertas de cristales. Siendo todo el mobiliario de madera de pino barnizado. Teniendo además la clientela habitual, a su disposición mesas con tapas de mármol, veladores de hierro con sus correspondientes sillas, y aparatos de alumbrado y deposito para producir el acetileno, con el cual alumbrar su negocio exterior e interiormente.
Años después, y debido al parecer a su avanzada edad, don Evaristo García García, se vio obligado a poner en venta, tanto la caseta-restaurante que montaba los de feria, como su céntrica confitería. Y así fue, como el uno de julio de 1902, don Evaristo, procedió a vender al también algecireño Francisco de Paula Moreno y Delgado (domiciliado en el número 14, de la calle General Castaños), ambos establecimientos en la cantidad de 2.370 pesetas.
Durante gran parte del siglo XX, la esquina de la calle Alfonso XI, con la Plaza Alta, seguiría siendo fiel a su destino de albergar una confitería; posteriormente en el mismo lugar, desarrollaría su labor artesanal el algecireño José Miranda, a través de su establecimiento Confitería Miranda, truncándose el destino de aquella céntrica esquina, cuando en una época mas cercana se abrió una moderna tienda de calzado.
Junto al también algecireño Manuel Tizón Piñero, don Evaristo García había marcado una época, en lo que a la elaboración confitera local se refiere; aplicando nuevas técnicas y nuevos productos en su elaboración artesanal.
Convirtiendo su local en la esquina de la Plaza de La Constitución -junto al establecimiento denominado La Campana, frente al ayuntamiento de la ciudad, vinculado al primero de los nombrados-, en uno de los establecimientos confiteros locales, mas populares para los algecireños de la época.
La actitud emprendedora de don Evaristo, es un ejemplo de lo que en lo económico, significó la Feria Real de Algeciras. El empuje que para la ciudad, tanto en lo económico como en lo social, representaron los tres días de fiesta local.
Los hombres de negocios locales, unidos a las fuerzas vivas de la ciudad, crearon un ambiente de confianza económica, primordial para el desarrollo de la feria y sustancialmente de la ciudad.
No sería desacertado, rescatar del pasado uno de los principios que motivaron la constitución de la Feria Real en nuestra ciudad, como fue, el crear un espacio para la transacción y el negocio, dentro del contexto de la diversión. Iniciativa ésta, que significaría una inyección de vitalidad para la principal fiesta de nuestra ciudad; feria, que por otro lado, no pocos ciudadanos piensan que padece una crisis que bien puede ponerla en peligro o transformarla en algo, que en nada se parezca a la fiesta por la que los algecireños de mediados del siglo XIX, lucharon para su creación.