No existe violencia comparable a la ejercida hacia las mujeres. Los datos confirman el asesinato de más de mil mujeres desde que existe un registro oficial en nuestro país, más de veinte en lo que llevamos de año. Nos preceden semanas de profundo dolor. Están muy presentes casos que han generado una gran consternación social estos días, como el de Beatriz Zimmermann y las pequeñas Olivia y Anna, o el de Alicia Rodríguez, una profesional de la comunicación con gran reconocimiento en tierras onubenses.
Pero, más allá de sus nombres, edades, origen o profesión, debemos tener claro que existe un marco común para esta terrible realidad, el de una sociedad que hunde sus raíces en la más arcaica tradición patriarcal y que sigue relegando y violentando a la mitad de la población por el simple hecho de ser mujer. No importa en qué lugar del mapa se desencadene un conflicto bélico, la violencia sexual se ejercerá sobre las mujeres y niñas de la zona. No importa de qué sector profesional se trate, público o privado, sanitario u hostelero, las víctimas del acoso sexual serán mujeres.
Las brutales violaciones, en manada o individuales, dejarán su devastadora huella física y psíquica mayoritariamente sobre nosotras. Y, así, un largo y doloroso etcétera. Todo ello, sin reparar en otra forma de violencia que se oculta en los pequeños detalles construyendo grandes desigualdades: la infrarrepresentación femenina en los espacios de poder, el techo de cristal, la brecha salarial arrastrada de por vida hasta llegar al final de esta percibiendo paupérrimas pensiones o los peores índices de pobreza. Consciente de que estas palabras son duras de leer, confieso que a quienes trabajamos desde las instituciones con la política como principal herramienta para combatir la desigualdad, en ocasiones, también nos invade una indignación difícil de contener.
Han sido muy costosos los logros, pero, hoy, los menores son reconocidos como víctimas, existen juzgados específicos para la violencia de género, incluso la terminología de conceptos como el de violencia vicaria han conseguido trascender de ámbitos específicos para ser normalizados por el conjunto de la sociedad. Detrás está el trabajo de periodistas, juristas, juezas y fiscales, profesoras, formadoras, políticas… y, desde luego, el empuje del movimiento feminista que ha sido capaz de impulsar una conciencia colectiva. Sin embargo, estos días la negación de la violencia de género también está presente en los más altos púlpitos. Acechan mensajes que falsean cifras para deconstruir la realidad y así llevarnos por el camino de la involución. Desde esta tribuna, quisiera pedir a quienes puedan sentirse tentados por ese discurso negacionista, que miren de nuevo a los ojos de Anna y de Olivia, de Marta, de Lola o de María.
Que miren, una y otra vez, a los ojos de ese largo y doloroso etcétera.
María Eugenia Limón.
Presidenta de la Diputación de Huelva