Las creencias
Los sentimientos y las creencias son para los hombres como los colores en la naturaleza, puros accidentes siguiendo el lenguaje de Aristóteles.
Entrarle a alguien por las creencias tiene su riesgo, yo no lo haría. A menos que se busque trifulca. Las verdades científicas se desarrollan en un proceso extenso y objetivo y se someten a examen racional con regularidad; la sabiduría lo hace en un proceso selectivo y en profundidad, pero expuesta también a esa luz de la razón. Así, el conjunto de sabios será el árbitro máximo de una comunidad; son científicos especializados. Las creencias, por el contrario, son verdades sin filtro, aceptadas porque sí sin la guía de esa lógica que dirige a los seres superiores y mantiene a la conciencia en perpetua alerta. La ciencia tiende a someterse a un método de revisión temporal, a la autocensura, sin miramiento especial del pasado que tan sólo es historia; las creencias, al revés, intentan perpetuarse, tienden a convertirse en dogmas que descartan las hipótesis y la crítica.
Una cultura sin crítica en su seno está muerta. La cultura se aprende y no se hereda. Dos asertos de oro que vienen a decir que no hay nada indiscutible; todo debe ser puesto en cuestión. Los poco avisados de cada época sólo aceptan lo hecho, lo dado, y desprecian lo renovado, lo aprendido, el resultado de lo cuestionado en cada tiempo, y se embarcan así en intereses sociales de segunda fila que exhiben como primordiales. La cultura es lo importante en tanto en ella se encuentra lo razonable. ¡Ay, los políticos que tienen recursos para todo menos para la educación! ¡Ay, los que educan desde una plataforma de dogmas y costumbres y no miran al hombre! A cada niño el sistema debe decirle desde el comienzo 'no te lo creas' como norma de esperanza.
Son elementos rectores de la sociedad el sentir, el creer y el saber, en este orden, de menos a más. La humanización se desarrolló partiendo de la hominización y son los saberes los que nos hacen menos animales; los sentimientos y las creencias "matizan y colorean la transformación pero no la dirigen". El proceso de aprendizaje es el que importa: lo adquirido sobre lo recibido, lo aprendido sobre lo dado. Cada época acepta sus saberes y el hecho relevante se constituye en paradigma siempre a la medida del hombre. Atrévete a saber, decía Kant que conocía bien las cortedades del hombre; este pobre criterio de muchos dificulta en cada época el paso de la cultura.
Los sentimientos y las creencias son para los hombres como los colores en la naturaleza, puros accidentes siguiendo el lenguaje de Aristóteles. Lo que hace a una sociedad libre es el deseo de saber y los que no luchan por la verdad la frenan e imponen su adormidera. Nada hay hecho, todo está por hacer continuamente y en cada circunstancia hay que preguntarse un 'qué' antes que un 'cómo'. En una creencia anidan y se disfrazan los intereses porque es saber popular que creemos lo que nos conviene. La creencia se presenta unida a un grupo formando parte de la etnia y es doloroso sentirse atacado en ella porque se atenta contra una zona de angustia de la propia identidad. Religión, equipo de fútbol, patriotismo, ideología política, filosofía de vida: cuidado con desenredarlas porque forman parte del engramado de cada hombre. Y remueven la agresividad.
Una cultura sin crítica en su seno está muerta. La cultura se aprende y no se hereda. Dos asertos de oro que vienen a decir que no hay nada indiscutible; todo debe ser puesto en cuestión. Los poco avisados de cada época sólo aceptan lo hecho, lo dado, y desprecian lo renovado, lo aprendido, el resultado de lo cuestionado en cada tiempo, y se embarcan así en intereses sociales de segunda fila que exhiben como primordiales. La cultura es lo importante en tanto en ella se encuentra lo razonable. ¡Ay, los políticos que tienen recursos para todo menos para la educación! ¡Ay, los que educan desde una plataforma de dogmas y costumbres y no miran al hombre! A cada niño el sistema debe decirle desde el comienzo 'no te lo creas' como norma de esperanza.
Son elementos rectores de la sociedad el sentir, el creer y el saber, en este orden, de menos a más. La humanización se desarrolló partiendo de la hominización y son los saberes los que nos hacen menos animales; los sentimientos y las creencias "matizan y colorean la transformación pero no la dirigen". El proceso de aprendizaje es el que importa: lo adquirido sobre lo recibido, lo aprendido sobre lo dado. Cada época acepta sus saberes y el hecho relevante se constituye en paradigma siempre a la medida del hombre. Atrévete a saber, decía Kant que conocía bien las cortedades del hombre; este pobre criterio de muchos dificulta en cada época el paso de la cultura.
Los sentimientos y las creencias son para los hombres como los colores en la naturaleza, puros accidentes siguiendo el lenguaje de Aristóteles. Lo que hace a una sociedad libre es el deseo de saber y los que no luchan por la verdad la frenan e imponen su adormidera. Nada hay hecho, todo está por hacer continuamente y en cada circunstancia hay que preguntarse un 'qué' antes que un 'cómo'. En una creencia anidan y se disfrazan los intereses porque es saber popular que creemos lo que nos conviene. La creencia se presenta unida a un grupo formando parte de la etnia y es doloroso sentirse atacado en ella porque se atenta contra una zona de angustia de la propia identidad. Religión, equipo de fútbol, patriotismo, ideología política, filosofía de vida: cuidado con desenredarlas porque forman parte del engramado de cada hombre. Y remueven la agresividad.
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