Cuando hablamos de la existencia de una “hegemonía patriarcal” nos referimos a una estructura social de dominación y de jerarquía, que estando íntimamente ligada con la ideología neoliberal del capitalismo actual, mantiene y retroalimenta la dominación sobre las mujeres, las cuales siguen engrosando las filas de los grupos subordinados.
Cuando hablamos de “patriarcado” no nos referimos a un gobierno bondadoso de ancianos con sabiduría, no. El patriarcado es toda una organización social fundada en la dominación masculina que se materializa en todos los ámbitos públicos, privados, individuales y colectivos de esta sociedad.
Es una política de explotación que está presente en los actos aparentemente más privados y personales de nuestras vidas.
Este sistema de desigualdad se manifiesta en niveles macro como en las estructuras socioeconómicas, en la división sexual del trabajo, en la producción y en la reproducción. Y en niveles micro, como en la vida cotidiana, las relaciones de pareja, las relaciones sexuales, relaciones familiares...
En la actualidad el poder económico, el poder político, el control armamentístico y el poder religioso sigue siendo una hegemonía patriarcal (aunque haya mujeres en esos espacios de poder que se subsumen a esta lógica).
Considerar que el patriarcado es una política significa que no hay un fundamento originario natural que lo legitime y lo explique. Las posiciones desiguales y opresivas que se ocupan por razón de género en la sociedad no tienen un origen natural, ni biológico.
Si bien en nuestras democracias parlamentarias y liberales la ley prohíbe la discriminación por razones de sexo, no por ello las mujeres dejamos de sufrir la coerción de un mercado laboral que es desfavorable y que con salarios más bajos y empleos menos prestigiosos nos obliga a entrar en una dinámica de subordinación y precariedad.
La violencia sexual contra las mujeres sigue existiendo con más repuntes en las sociedades occidentales actuales y funciona como un toque de queda para todas nosotras. Nos limita en los desplazamientos, intentando confinarnos una y otra vez en la asignación de los espacios domésticos y público según el sexo.
La dominación del sistema patriarcal occidental de nuestros días se ha vuelto más sutil, compleja y perversa. Es capaz de incitar a roles sexuales opresivos a través de imágenes atractivas y poderosos mitos a través de los medios de comunicación de masas.
Mujeres y hombres sufren de manera diferenciada los efectos de todas las violentas medidas económicas y especialmente los de una crisis del capitalismo de la envergadura de la actual. Esto es así porque mujeres y hombres ocupamos una posición diferenciada, desigual y desequilibrada en el acceso a los recursos económicos, al empleo, a los recursos naturales, etc.
En el reparto de tiempos y trabajos; o en el acceso a los espacios de poder, sobre todo los económicos, donde se toman las decisiones que afectan al modelo productivo, a las políticas sociales y a la ciudadanía en general.
Las crisis económicas del capitalismo provocan siempre un empeoramiento de las condiciones de trabajo de las mujeres, que suelen salir de las crisis con peores salarios, empleos más precarizados y con la conversión de muchos empleos en trabajos realizados desde la economía informal: el trabajo doméstico, de cuidados… que siguen siendo imprescindible para que la estructura económica funcione y que siguen realizando en su abrumadora mayoría mujeres sin ningún reconocimiento ni prestigio.
En esta situación, el feminismo en la actualidad también pasa por una situación de crisis por las continuas campañas de deslegitimación que pretenden diluir la lucha feminista en el marco amplio de la lucha por “los derechos humanos” o “los movimientos ciudadanos”.
Repitiéndose hasta la saciedad eso de que “no hay que ser ni machista ni feminista, sino buscar la igualdad”. Los éxitos cosechados en las leyes han provocado un ilusionismo de igualdad y una merma en la capacidad de movilización de las mujeres en torno a las reivindicaciones feministas.
En este contexto en el que ha tomado fuerza la idea de que “ya está todo superado” sigue siendo imprescindible la labor de los grupos feministas de base que siguen su continuada tarea de concienciación, reflexión y acción.
Pero el patriarcado, como el capitalismo y todo sistema de dominación firmemente asentado, cuenta con numerosos recursos para perpetuarse.
El mensaje reactivo de que la igualdad ya está conseguida y de que el feminismo es un anacronismo son obstáculos diarios con los que nos encontramos en la lucha feminista. Si queremos un nuevo modelo social, debemos construir espacios de cambio, teniendo en cuenta a las mujeres en su diversidad.
Todas esas mujeres que no sólo estamos presentes en muchas luchas sino también liderándolas. Todas esas mujeres que hemos estado, estamos y estaremos en primera línea combatiendo la precarización del trabajo, la violencia machista, reivindicando los derechos a la vivienda, a la educación, a la sanidad, y un largo etc.
En la actualidad seguimos estando en la brecha de la discriminación y la desigualdad: ocupamos los puestos más bajos de las escalas laborales, inflamos las listas de paro y de economía sumergida, seguimos sufriendo multitud de violencias en diferentes ámbitos de la vida privada y pública, seguimos cargando con el trabajo doméstico y los cuidados familiares…
Esto no es casualidad, seguimos viviendo en una sociedad patriarcal que nos coloca en posiciones diferentes por ser mujeres. Necesitamos con urgencia crear un modelo de sociedad que sea realmente accesible para todas y todos, nuevas formas de relacionarnos, desde la igualdad, el apoyo mutuo y la cooperación; y en este camino el feminismo tiene que actuar desde un espacio visible y comprometido.