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El Campillo: flamenco de ida y vuelta

La ruta del fandango de la Federación Onubense de Peñas hace escala en el Teatro Atalaya con el cante de Juan Testal y Luis María Gil y el toque de Manuel Rodríguez

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  • Flamenco en El Campillo -

El Campillo es cante de ida y vuelta, como su Peña Flamenca Candil Minero, que vuelve a brillar ahora como lo hizo antaño, en su primera etapa, entre los años ochenta y principios de los noventa, que vuelve a alumbrar arte tras enriquecerse con una pausa en el camino como lo hacían los palos que emigraban a América para luego volver con nuevos toques, transformados en otros estilos, como la milonga, la vidalita, la rumba, la colombiana o la guajira. Sobre ellos versó la escala en el Teatro Municipal Atalaya de la ruta provincial de la Federación Onubense El Fandango. Al cante, Juan Testal y Luis María Gil, bajo el toque maestro de Manuel Rodríguez y la alocución de Luis González.

La milonga abrió el telón, el tablao, con su drama pausado, con la voz del extremeño afincado en Punta Umbría Juan Testal, también conocido como Juan de Carmen. Con la melodía sutil de la guitarra de Manuel Rodríguez. Se rompía el hielo de una gala que volvía a apuntar alto. El público disfrutaba del flamenco, bebía de él, de un bien que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de esa música, de esa forma de vida, de sufrirla, de sobrevivir a ella, que había sido capaz de unir continentes, de cruzar el charco, las majestuosas aguas del océano Atlántico, desde una orilla hasta la otra, desde Europa, desde Andalucía, desde la Huelva descubridora, hasta América (y viceversa), una y otra vez.

Luis María Gil irrumpía después en escena por malagueñas, por la madre, la semilla del flamenco cultivado en la franja oriental de Andalucía, el eslabón entre el fandango y géneros como las rondeñas, las tarantas o las granaínas. La entrega, la profundidad, el sentimiento, el arraigo, el cante, la técnica y la libertad creativa se instalaban de manera definitiva en el ambiente, en el patio de butacas, enamoraban en la velada, una más, organizada por el renacido Candil Minero, en el marco del circuito promovido por la Federación Onubense de Peñas Flamencas con el patrocinio de la Diputación de Huelva. Una más de las muchas que prometió su presidente, Francisco Cumplido Orta, ante la inminente cesión de la antigua Estación del Ferrocarril Minero, ya comprometida de palabra y sólo pendiente de su rúbrica por parte del Ayuntamiento de El Campillo.

Manuel Rodríguez, tras cada intervención de Luis González, comenzaba a acariciar las cuerdas. Las yemas de sus dedos daban rienda al duende y Juan Testal aparecía por tientos para, sin dilación, dar el relevo a Luis María Gil, que devolvía a la antigua Salvochea la alegría gaditana. La toná, la soleá... La noche avanzaba. Nadie se inmutaba de su silla. Sólo los aplausos rompían el expectante silencio en el breve intervalo que separaba un cante de otro, un palo del siguiente. Era un día para el flamenco, con mayúsculas, un tipo de letra en el que no podía faltar el fandango de Huelva, a viva voz, a pecho descubierto, para deleite de los asistentes, de la cultura, de ida y de vuelta, para que se quede.

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