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En manos de mediocres

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tengo que reconocer que una de las cosas que más me llamó la atención cuando España empezó a ser demócrata fue que cualquiera podía llegar a ser concejal y ocupar puestos de gran responsabilidad política en las distintas administraciones. Se empezó a hablar de libertad, de derechos, de igualdad de oportunidades y se sentaron las bases legales para una normal convivencia ciudadana participativa. Otra cosa que me sorprendió  fue que bastantes estudiantes eligieran la carrera de Ciencias Políticas y después fueron pocos los que, con esa preparación específica, se dedicaron de manera directa a la política.

Sin embargo, una de las columnas fuertes de la democracia la encontramos en el capítulo sexto de la Constitución Española: “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y su funcionamiento deberán ser democráticos”. Esto es lo que dice la Constitución pero, por desgracia, la realidad dista bastante del contenido constitucional.

Ahora ya no me sorprende ver a algunos candidatos que, para que la gente los conozca, tengan que pasearse en “carteles estáticos e hieráticos” en autobuses, taxis y cualquier artilugio en movimiento. También, con fiebre electoralista, se busca el contacto directo o indirecto con los posibles votantes ofreciendo fantasías.
La verdad es que hay personas que han entendido la política como un camino fácil para ocupar un puesto social y asegurar unos recursos económicos. Otros muchos por prestar servicios.

Por otra parte, otros suelen ser personas que difícilmente asumen responsabilidad pero están atentos a  las indicaciones que les dicte su “padrino político”. Muestran tal grado de inseguridad en sí mismos que no son capaces de pensar y actuar a no ser bajo la directriz de otro. Son aquellos que disfrutan ofreciéndose para llevar el maletín de su superior. Conviene advertir que su actitud de sumisión les lleva al servilismo y sólo paladean alguna sensación agridulce cuando reciben falsos halagos de sus propios manipuladores. Este tipo de personajes mediocres introducen mecanismos de inestabilidad cuando son incorporados en listas electorales porque, al verse revestidos de cierta autoridad, intentan sacar provecho personal sin importarles nada la cuestión moral.

No tienen escrúpulos en tergiversar la realidad y son capaces de atribuir a otros sus propios fallos para desprestigiarles y así poder subir aunque sea pisando cadáveres. Personas así son extremadamente peligrosas porque no admiten sus propias limitaciones y están en continua tensión para alcanzar sus bastardas pretensiones. El servilismo y las insidias hacen un tremendo daño a la noble acción política.

Por ello, la política, como servicio ciudadano, necesita personas equilibradas y que gocen de autoestima. La autoestima es un arte que hay que aprender no sólo para el bien del individuo, sino también de la sociedad. Sin el respeto, aprecio y aceptación de uno mismo, el altruismo fácilmente se convierte en manipulación. Hay que desarrollar la autoestima para poder hacer uso de nuestros talentos y vivir serenamente con nuestras limitaciones. A medida que se progresa hacia un concepto más positivo de sí mismo, se va abriendo más al análisis de la propia experiencia, llegando al convencimiento de que las decisiones las tiene que tomar cada uno bajo su responsabilidad, sin que nadie le marque el paso. Podrá también vivir menos a la defensiva y aceptar a los demás como son. Es necesario llegar a ser capaz de percibir el mundo con realismo y también descubrir qué papel se debe desempeñar en la sociedad.

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