Malversación de caudales públicos, cohecho o prevaricación son palabras que lejos de ser desconocidas hace unos años, ahora son habituales. Mario reflexionaba sobre la razón de lo cotidiano que se había vuelto convivir con los vocablos.
Al parecer están hasta catalogadas, signo de abundancia en las mismas, según se distinga su irregularidad. Por ejemplo, la corrupción negra es aquella en la que existe congruencia entre la Ley y la Opinión Pública. La dos en mayúsculas, pensaba Mario. Por ejemplo, la malversación de caudales públicos. Por otra parte, existe la corrupción gris que es aquella que corresponde a situaciones ambiguas donde no hay consenso entre la ley y la opinión pública, un poné: la defraudación a la Hacienda Pública. La corrupción blanca es aquella que siendo prácticas irregulares, no son reconocidas como corruptas por ningún sector, verbigracia, el regalo a las autoridades.
Mario trataba de visualizar las causas: el antidemocrático sistema de partidos, la profesionalización de la política, el fenómeno de transfuguismo, el deficiente régimen de financiación de los partidos políticos, la inadecuada legislación electoral, el insuficiente régimen de incompatibilidades de corporativos, la perversión del sistema de acceso a la función pública local, la crónica insuficiencia de recuersos de hacienda municipal, la empresarización de la corporación local y la ineficacia de los contraoles legales y políticos. Parecía que estaban todas, no faltaba ni una.
Pero faltaba la principal, la falta de ética pública, a todos los niveles, la corrupción se sienta a cenar en nuestra mesa y duerme con nuestra familia. Que cercanos le sonaban a Mario los comentarios de cualquier vecino sobre la manera de defraudar a Hacienda unos cuantos euros, contado como un episodio heróico delante de nuestros hijos. O como, el último héroe televisivo es un narcotraficante al que todos los adolescentes quieren parecerse porque anda siempre rodeado de unos guayabos que quitan el hipo. Lo último es que el partido que se ha encargado de destruir nuestra moral cívica y la ética ciudadana, institucionalizando la corrupción hasta deteriorar nuestra democracia a niveles de hacerla irreconocible, pretende enseñarnos los valores destruidos con una asignatura que más que educar pretende adoctrinar políticamente. Nuestra sociedad está enferma.
Mario se acordó de un episodio sucedido con un amigo cuando le relató como se había quedado con la vuelta de una compra y este le reprochó el acto. Un robo, apropiación indebida, Mario se había convertido en un ladrón, cuando el amigo que le acusaba y pretendía darle lecciones de moralidad llevaba años estafando a la Junta de Andalucía justificando gastos inexistentes y declarando nóminas de profesores virtuales que jamás había pisado un aula de Formación Profesional Ocupacional. A costa de la sombra del parapente había amasado una fortuna, a costa de todos los andaluces. Amigo J. L., la corrupción no sólo cena y duerme en casa de Mario.
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