Hoy he asistido a una celebración que cada año tiene lugar en El Puerto de Santa María. Se trata de la festividad de la Virgen de la Merced, patrona de Instituciones Penitenciarias.
Después de la misa y del acto protocolario de los discursos, la entrega de distinciones y otras formalidades, se pasó a lo práctico, a lo que aglutina, a lo que nos gusta y hermana a todos : a tomarnos una copa de vino y unos aperitivos en confraternidad y camaradería.
Entre las exquisitas viandas que el suministrador ofrecía a los invitados, una cazuela de "Garbanzos con espinacas", causó revuelo y sensación entre el público asistente, tanto que, aunque en un principio me había resistido, en una segunda pasada, tomé una de las humeantes cazuelas y comprobé, en mí mismo, por qué merecía el guiso todos los respetos del personal.
Estaba el guiso tan delicioso y yo tan enfrascado en el yantar que en el viaje de mi mano entre la cazuela y la boca, cayó una inoportuna gota de consistente caldo, sobre la guerrera de mi uniforme. Por otro lado, eso es lo que suele ocurrir a más de uno en esos momentos degustatorios. Lo cierto es que aunque quise limpiarlo de inmediato, la gota dejó su indeleble marca y con ella llegué a casa.
-¿De dónde vendrás tú, con ese "lamparón" en la solapa? -Fue la salutación de mi esposa, nada más verme.
Y es que en la solapa, azul marino, una mancha marrón, color del cocido, condecoraba mi uniforme de manera insolente. ¡Un señor "lamparón"!
La explicación era bien sencilla y la solución estaba en la tintorería, a donde fue el uniforme esta misma tarde, pero una pregunta barrenaba mi cabeza: ¿Por qué a una mancha en el vestido le llamamos "Lámpara", o como en este caso, "Lamparón"?
Recordando en dónde hubiera podido encontrar ese término, me vino a la memoria una hierba que es conocida como "hierba de los lamparones", muy común en zonas altas de climas cálidos de Europa y por tanto en España.
Esta planta, un yerbajo maloliente, pertenece a la familia de las "Scrofularias" y su nombre científico es "Scrófularia nudosa", porque sus raíces, llenas de bulbos, recuerdan el cuello de las personas que padecen la enfermedad conocida como Escrófula.
En realidad esta enfermedad es una tuberculosis linfática que produce una tumefacción de los ganglios del cuello y que en épocas pasadas no tenía curación, además de proporcionar al paciente un aspecto infame, una supuración maloliente y un carácter de perros. Cuando no había otros remedios, se usaban lavados y compresas de esta planta, para curar las escrófulas.
Eso de que no tenía curación era una realidad que nadie aceptaba, porque la enfermedad tenía mucha literatura adherida.
En principio, se decía que no afectaba a las casas reales y que monarcas y familiares estaban inmunizados contra la misma. Luego se dijo, además, que determinadas monarquías europeas, sobre todo la casa reinante en Francia, tenían el don divino de curar a los escrofulosos por medio de la imposición de manos.
Evidentemente eso ocurría en la Edad Media, en donde todo lo que no tenía explicación, y muchas cosas no las tenían, se adjudicaban de inmediato a Dios, la Virgen, determinados santos o a los egregios representantes de las monarquías.
Pero todavía me dejaba sin conexión entre la mancha y el lamparón, por lo que continué ahondando un poco más y buscando las relaciones que pudiera haber; y así, encontré una carta del Padre Feijoo, al que me he referido ya en varias ocasiones, y seguiré haciéndolo porque es un océano de sabiduría y sensatez, además de uno de los más prolijos eruditos de todas las épocas; es la Carta XXV del Tomo Primero de sus Cartas Eruditas, hacía referencia a lo que yo andaba buscando.
La carta se titula "De la virtud curativa de Lamparones, atribuida a los Reyes de Francia" y de su lectura se desprende que la terrible enfermedad de la Escrofulosis, era conocida como "Lamparones".
Como siempre, la lectura del benedictino es apasionante y en esta ocasión desmitifica una vez más las patrañas urdidas por los que se preocupaban en que ciertas cosas tuvieran publicidad. Ya había expertos en marketing en la época y así, interesados en que peregrinos de todo el mundo viajaran a Versalles para sanar de los Lamparones, buena publicidad se encargaban de hacer.
Dice, que esa prerrogativa sanatoria le venía a los reyes franceses desde Clodoveo, el rey de los Francos, perteneciente a la importante familia de los Merovingios. Desde entonces, el día de Pentecostés, confesados y comulgados y en plena gracia de Dios, los reyes pasaban ante los escrofulosos imponiendo las manos y muchos de ellos quedaban sanados.
Pero el Padre Feijoo no se deja convencer por tan débil argumento y piensa que algo tendrá que ver en las curaciones, las artes de los médicos que a todos los enfermos habrían visitado, los beneficios del viaje y sobre todo, el enorme poder de las esperanzas en la curación y la fe en el milagro que cada viajero enfermo portaba.
Sin embargo, las creencias estaban tan arraigadas, que se aceptaba en todo el entorno cristiano-católico que esa potestad curativa, por los muchos enlaces matrimoniales de las casas gobernantes, se había extendido a otras monarquías europeas, entre ellas la inglesa, que gozó de ese privilegio hasta la apostasía y excomunión de Enrique VIII, en 1533.
Difícil resultaría explicar cómo es que la cualidad curativa había pasado de una a otra casa gobernante, hasta extinguirse con la Tudor, pues antes, los York, los Lancaster y los Plantagenet se habían sentado en el mismo trono y a todos les fueron reconocidas las milagreras curaciones. Parece que por sentarse en el trono y ser fiel a la Iglesia Católica, de inmediato se adquiría ese don.
Pero a lo que vamos, cuando a una mancha la llamamos "Un Lamparón", hacemos referencia a las bubas en el cuello de los escrofulosos.
Ya puestos a relacionar enfermedades con palabras que nada tienen que ver con ellas, vinieron a mi memoria las otras dos que completan el título de este artículo: La Alferecía y El Cólico Miserere.
Si acudimos al diccionario, Alferecía viene de Alférez, una graduación militar, pero es también palabra que designa cierto estado de enfermedad que es posible que causara estragos entre esta clase castrense, pero de lo que no consta documentación alguna que así lo acredite. ´
¿Y qué es una Alferecía? Pues ni más ni menos que un ataque de epilepsia o algo que se le asemeja mucho.
No cabe duda que la palabra procede del árabe, que impregnó por siglos nuestro idioma. Recuerdo en los años de estudiante cómo los profesores de lengua española nos hacían ver que todas o casi todas las palabras del idioma castellano que empiezan por "al", proceden del árabe: aljibe, alcázar, almena, almohada, alquimia, alquitrán, etc.
Pero, ¿por qué ese nombre?, me seguía preguntando y continuaba buscando una explicación que no se me hacía fácil y que de hecho no he encontrado, para que de forma fidedigna aclare el término. La única explicación lógica es que la etiología de la enfermedad, hace pensar que es una crisis que se presenta casi siempre en infantes, en niños y que en algunos momentos se la conoció como "Espasmo del Sollozo" y es sinónimo de rabieta de niño que en el grado extremo de la desesperación por obtener algo que los mayores le niegan, adquirieren tal nivel de excitación que incluso llegan a perder el conocimiento.
Si de alguna manera asemejamos la familia a la organización militar, el padre y la madre pueden ser el capitán y el teniente y los hijos los alféreces y de ahí, los actos protagonizados por los infantes para la consecución de sus logros, como si de un golpe militar se tratara, podría derivar el nombre de "Alferecía", pero es una conclusión de mi total elucubración y por tanto no estoy seguro de que esa sea la procedencia.
Por último, el más común de los términos: "El Cólico Miserere".
Cólico hace referencia a "Colon", una parte del intestino y "Miserere" procede del latín y quiere significar apiádate.
En esta afección sí que hay una buena relación entre el significado de las palabras y el concepto que representan, porque por "Cólico Miserere" se conocía a un proceso agudo de obstrucción intestinal muy dolorosa, sin piedad, producida por causas muy diversas y que puede terminar con la vida del paciente por perforación del intestino y septicemia generalizada y cuyo síntoma más evidente es el vómito de los excrementos. Posiblemente las apendicitis perforadas produjeran muchos cólicos miserere.
Tal era la agudeza de esta enfermedad que solamente la padecían aquellas personas que morían a consecuencia de la misma y no las que podían superarlas, porque el diagnóstico se producía después de fallecida la persona y practicada una rudimentaria autopsia. Lógicamente, si el paciente lograba sobrevivir, su enfermedad había sido otra.
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