Eso hay que cambiarlo ya

Publicado: 04/02/2024
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Lo que sigue no tiene desperdicio. Hay tres jotas como tres puñales casi seguidas, que me dejan un carraspeo horroroso en la garganta
icen por ahí fuera que el tranvía está funcionando muy bien y que ya los chiclaneros están viendo al pasar lo bonita y ambientada que está La Isla a todas horas. Al enorme aparato le llaman el Trambahía, como si no hubiera otra palabra más asequible, y sin que se sepa a quién se le ha ocurrido el invento de semejante nombrecito, cuando la gente dice y dirá siempre el Tranvía. A mí me gusta montarme en él y ver ahora esas hileras de vinagrillos amarillos que adornan los esteros. No es exactamente el mismo tranvía en el que mi abuela me llevaba a la Carraca a tirar piedras al agua. Sin embargo, siempre que me embarco, hay una cosa que no me gusta. No sé si a ustedes les pasará lo mismo. Me explico. Cuando se va a llegar a cualquiera de las estaciones, salta una voz muy seria y formal que puntualiza: Próxima parada… Por favor, valide la tarjeta al bajar para cerrar su viaje. Dice esa advertencia con un importante acento vallisoletano que me deja la sensación de que aquí en la Bahía se habla fatal y tienen que venir de la quinta puñeta a poner la lengua en su sitio correcto. La voz comienza diciendo: La próxima parada… Pronuncia la equis con una rotundidad a la que no estamos acostumbrados. No cabe duda de que nunca igualaremos tal acento por mucho que nos lo propongamos. Y comienza así, con tanta pausa y tanto énfasis, que el otro día una chica que iba enfrente mía se puso blanca de pronto al escuchar lo de la próxima parada, porque pensó que como están las cosas era ella la siguiente que se iba a ir al paro.

Lo que sigue no tiene desperdicio. Hay tres jotas como tres puñales casi seguidas, que me dejan un carraspeo horroroso en la garganta y me pone los oídos ardiendo, cuando aquí estamos acostumbrados a aspirar suavemente las jotas según la herencia que nos dejaron los árabes después de casi ocho siglos de permanencia en estas tierras: tarjeta, bajar, viaje. La invisible muchacha de la voz pronuncia esas tres jotas arrancando desde el fondo de la campanilla con una potencia y un ardor que causa conmoción en los viajeros que no estamos hechos a una manera de hablar tan tajante. Y observen que, cuando dice eso de cerrar, lo hace pronunciando la dos erres que da miedo, con un redoble rápido de la punta de la lengua sobre la parte alveolar del paladar que nos deja nerviosos sin necesidad. Y ¿qué decir de cuando puntualiza eso de su viaje, con una ese que te llega al mismo sentío?

Yo me pregunto: con la de millones de andaluces que habitan estos lugares de ensueño,¿no se ha podido seleccionar una sola voz que pueda dirigirse a nosotros en el maravilloso acento andaluz que tenemos? ¿Tienen que venir a hablarnos de esa manera tan extraña y tan chocante que da repeluco?
Lo dije en el manicomio y ya hemos hecho una reclamación para que los del tranvía cambien el acento de una vez y lo adapten a nuestra forma de hablar. Coño, que los locos no pedimos pinganillos como los delincuentes catalanes, pero por lo menos que se dirijan a nosotros en un correcto andaluz, es decir, en nuestra forma de hablar de la que a mucha honra estamos orgullosos.

Por todo ello, los locos ya no nos vamos a montar más en el Tranvía hasta que cambien el acento y suene una voz normal. Y si no lo hacen, de momento vamos a tirar los colchones por la ventana.

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