En Podemos vivimos hace años sumidos en una confusión constante de términos. La lealtad se cultiva; la disciplina se predica con el ejemplo; la obediencia se exige mientras al otro no lo quede otra. La obediencia es unidireccional y provoca la búsqueda de alternativas y vías de escape; la lealtad, cuando recíproca, elimina las ganas de huir.
Dependiendo del tipo de jefe que seas y de los objetivos de la organización que dirijas, se te pedirán unos resultados u otros. En el caso de una misión suicida como la de
Doce del patíbulo, se seleccionan pocos aspirantes, y se los ata a través de la obediencia porque la alternativa es peor. No necesitas que les guste la misión y esto provoca que tengas que tener siempre un ojo puesto sobre ellos, porque a la mínima intentarán escapar; la obediencia se exige mientras al otro no le quede otra.
Con la lealtad, sin embargo, cultivada y aceptada como una virtud humana, sucede lo contrario; permite la confianza en el otro, porque el otro es leal como tú lo eres, y esa lealtad voluntaria suele estar por encima de los cantos de sirena. Recuerdo que en
El Padrino II, en la secuencia de Cuba, Michael Corleone hace la observación de que vio a un guerrillero inmolarse. Discurre que la lealtad de sus hombres se basa en el dinero, pero que esos guerrilleros no cobran. Concluye que pueden ganar; y al final, ganan.
Los objetivos de una organización política como Podemos pasan por ganar; nunca nos definimos como partido bisagra capaz de obtener unas pocas prebendas para un colectivo o región concreta. Nuestros objetivos son globales y transversales. Para ganar, en política, hace falta crecer, y para que un partido crezca se necesitan disciplina y lealtad. La disciplina se predica con el ejemplo; que cada cual juzgue si eso se hace, pero me gustaría recordar que la limitación de sueldo en nuestros cargos no era porque realmente eso incida en la economía del país, sino que fue una cuestión de decoro y de perspectiva vital: no alejarnos demasiado de las condiciones vitales de la gente a la que defendemos. Esa premisa anula la consabida respuesta de que alguien de izquierdas se puede gastar el dinero en lo que le dé la gana si no lo ha robado. Estoy de acuerdo; por eso nunca estuve de acuerdo con la limitación de salario, porque era un brindis al sol, nadie lo agradecería y, además, sería insostenible en cuanto a su significado: seríamos un titular andante con comprarnos una
Play 5, una vivienda cara o un coche seguro.
La lealtad se cultiva, no se impone, y el principal síntoma de que la lealtad se ha cultivado bidireccionalmente es que la gente no se te escapa todo el tiempo, que entran más militantes de los que salen porque has creado una casa segura para vivir, que entran más cuadros políticos de los que salen porque encontraron aquí un taller de trabajo en el que son valorados, protegidos y beneficiados por la lealtad que ofrecen.
La lealtad y la disciplina se adquieren por experiencia propia, y eso es casi imposible de horadar con una campaña mediática en contra; no te van a contar lo que tú estás viviendo. Pero en Podemos la lealtadse transforma en algo simbólico e inasible, como el patriotismo o la pasión de los forofos de un equipo. Si los que se quedan, se quedan porque sí, los que se van, se van por motivos no prevenibles. Será un equipo pequeño el que no seduce con el ejemplo y no retiene con lealtad recíproca, y cree que la obediencia es suficiente incluso sabiendo que nadie está obligado a elegir partido o quedarse en el nuestro, y que no tenemos nóminas para el ejército que hace falta. Conviene hablar de esto desde un espacio tan raro como imprescindible: la humildad. Y si todos los que se van son traidores, habrá que pensar por qué a nosotros nos crecen como las setas.