Cuando se acepta una ética de pensamiento por convicción y no por imposición, el intelecto del individuo establece una conciencia de certidumbre que define su inclinación filosófica hacia aquello que a su juicio es lo justo y trata de practicarlo en todos sus actos. Si, además, ese trance reflexivo se gestiona con la complicidad de la madurez y de la experiencia que otorga la vida, la firmeza de esas convicciones se hace aún más rocosa. Visto así, nada debería desequilibrar unos ideales tan profundamente asimilados. Solo aquellas personas irresolutas incurren en el error de renunciar a lo que tanto esfuerzo les costó meditar. En ese ejercicio de incertidumbre, transitan deambulando al son de la inseguridad, para confluir nuevamente en el punto de partida en cuanto las circunstancias vuelven a ser favorables a su escéptica confianza. Esto me recuerda aquella célebre frase de la actriz Zsa Zsa Gabor, casada nueve veces, en la que afirmaba que los hombres se divorcian por falta de paciencia y se vuelven a casar por falta de memoria.
Que pasamos por tiempos difíciles es algo que simplemente nombrarlo causa tedio tanto es lo que se ha escrito y dicho sobre la cacareada crisis occidental de la que España y su gobierno no escapan dada nuestra consecuente naturaleza europea. Esta circunstancia, de ninguna manera debe ser motivo de renuncia a una doctrina de pensamiento sino todo lo contrario. Afianzar los criterios socialistas y aplicar su metodología en jornadas borrascosas, preserva al colectivo de los daños coyunturales ocasionados por la tormenta. Y estas determinaciones no pueden ser impartidas más que por la persona que lidera el ejecutivo aunque en el acuerdo para la aplicación de las medidas haya intervenido el conjunto de su gabinete.
El presidente del gobierno español ha sabido; está sabiendo, mantener su lealtad a los principios que simboliza, a pesar del torbellino continuista que trata de arrastrarlo con medidas totalmente antagonistas a las que su credo propone.
José Luís Rodríguez Zapatero se está mostrando inflexible en defensa de los ideales que representa y algún día la Historia así lo reconocerá. Lejos de amedrentarse ante los continuos ataques de la derecha reaccionaria, que ve en la elevada cifra de desempleo el peor de los venablos que lanzarle para adulterar sus determinaciones y desacreditarlo ante la opinión pública, adopta con mano firme una tras otra, soluciones colectivas para proteger a los más desasistidos ante los problemas que padecemos, sin desatender su compromiso social de renovación y progreso con el país que gobierna.
Estas determinaciones corporativas trata siempre de tergiversarlas el PP para enmascarar las verdaderas dificultades que sufre con los permanentes escándalos de su particular crisis interna. Atacar a Zapatero desvía la mirada del colectivo hacia oteros embaucadores que salvaguardan la demostrada ineficacia que los asiste para ejercer una política de justicia social, como la que las actuales circunstancias demandan.
Decía Luis Solana en su artículo Debate tras la línea roja, que a Felipe González quisieron meterlo en la cárcel y a Zapatero quieren condenarlo al olvido. Ni ocurrió lo primero ni ocurrirá lo segundo por la sencilla razón de que son las mismas cacerías con distintos cazadores y que, aunque el hombre olvide, la Historia no lo hace.
A Felipe González le debemos los españoles muchas cosas, pero quizás sean la integración y posterior consolidación europea que la derecha obstaculizó hasta el hastío, lo más destacable de su prolífera gestión. A Zapatero le ha tocado padecer también tiempos difíciles. Mantener con pulso firme su doctrina social frente al descalabro financiero provocado por el capitalismo no es precisamente echar a freír un huevo.
Es difícil nadar entre tiburones y salir indemne. Solo se consigue protegido por una malla de seguridad diseñada para subsistir en aguas infectadas por la codicia. A nuestro presidente lo avalan su determinación y su coraje para mantener los criterios de compromiso social ante su electorado, rodeado de escualos al acecho que no descansaran hasta proyectar el mordisco letal mientras persista el cerco de sangre opulenta que los atrae. Pero cuando ese cerco se diluya y los marrajos tengan que buscar carnaza en otros piélagos, la vocación, la fidelidad y la coherencia hacia unos ideales, habrán triunfado sobre voracidad y la ambición de poder de los que alimentan su frenético egoísmo en detrimento de la solidaridad y la adhesión del colectivo.
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