Octubre es un mes romántico, amable, nostálgico y sereno, como el amor de una pareja de ancianos. Siempre se esfuerza en alargar las condiciones cálidas del verano que le ha precedido y siempre será más dado al beso, la caricia o el halago, que al amorío de tenorios, charlatanería política o debates parlamentarios groseros e ineficaces.
Por ahora, por encima del ser humano, solo está Dios. Por debajo todo lo demás creado, vivo o inerte. El de arriba, todo bondad, le permite el libre albedrío, la capacidad de elegir. El de debajo, se conforma con su suerte y no tiene predilección alguna por evolucionar o variar sus criterios a lo largo de los siglos. Hombre y mujer están solos. Su soberbia no les permite consejo alguno de alguien que esté a su nivel y cada vez más, muestra mayor arrogancia y desprecio por la idea de un Ser Creador.
El bienestar, el ocio y la capacidad adquisitiva, expresada en patrimonio y monedas, nunca será igual para todos, porque la misma conciencia humana no lo admite. Las cosas tienen su precio y Maquiavelo sus razones, para que se siga opinando de forma idéntica a como él consideraba del carácter humano, pero lo tildaremos de abominable, porque la argucia humana nunca se ha propuesto tener un límite.
Los árboles caducifolios en este mes, pierden su envoltura más preciada, la hoja, y muestran su desnudez con la misma elegancia que una venus esculpida. Los caminos entre estos arbolados alfombrados de hojas que han cumplido su ciclo, son senderos de placer. El pasear por ellos siempre será un deleite y el sonido que producen los reposados pasos humanos, nunca será un brusco ruido, sino la musicalidad que las cosas inertes también poseen.
Octubre y el otoño predicen lo que va ser la primavera. Su memoria no es democrática, sino laboral y de estricto cumplimiento del deber asignado. La hoja caída, deja nacer otra de mayor vitalidad. El árbol volverá a lucir sus mejores oropeles. La frondosidad hará olvidar la poda y la flor y el fruto renovarán hermosura y riqueza. Qué fácil sería si nuestra caduca política actual, a semejanza con el árbol dejara caer al suelo los viejos rencores políticos y apareciera desnuda en algún momento de resentimiento, venganza u odio, para dejar espacio a nuevas y frondosas fórmulas de convivencia, podada de memoria democrática, con el fruto de una riqueza bien distribuida y la alegría de sus "flores ideológicas" al haberse desprovisto de la inquina que ahora nos producen algunos colores.
La taberna del laurel da luz a sus mejores velas. D. Juan (Tenorio) y D. Luis están al llegar. El amor, perdido el rumbo, se hace narcisista. Los protagonistas no ven o no miran, más allá de su propio ombligo. No hay respeto. Lo ha sustituido la hoja de la espada y su ley de doblegar hiriendo. Las hazañas se cuentan como triunfo. La ética se genuflexa frente al fanfarrón. La muerte no tiene más salida que llegar a ser escultura. Pero el protagonista de la obra de Zorrilla le da la posibilidad de hablar, y basándose en el diálogo, pedir al Altísimo salvar su alma.
Sigue habiendo tabernas del laurel. Son muchos ahora los que a ella llegan, pero uno el que destaca. El narcisismo existente, ya no precisa que el amor pierda el rumbo. El protagonista ciego de poder, ha perdido toda la posibilidad de tener una visión eficaz. Se lleva el ser okupa no sólo de viviendas, sino de cargos para los que no se está preparado, de saber que otros han cultivado, de riquezas que otros han elaborado. La “ley del impuesto” hiere y doblega al emprendedor. La burda tiranía demagógica hace incompatibles ética y patrimonio. No se mata, como hizo D. Juan, sino que se derriban efigies y se cambian los muertos de sepultura. Y el seudoprogresismo vende como hazañas decretos y leyes que sonrojan a la más ínfima moral ciudadana. Se intenta como salvación y continuidad, comprar un cielo dividido en papeletas de voto. La contrición a la que se aferró el Tenorio, se ha cubierto con el ropaje corrupto del materialismo.
La última noche de este mes -octubre - que abre paso a la primera madrugada de noviembre, quiere dar muestra de sus creencias tradicionales, iniciando la festividad de Todos los Santos. Pero tiene que soportar las calabazas, que ahora las hay en demasía al no haber exámenes en septiembre, que nos invitan a recordar con ácido y sombrío humor, absurdas escenas de terror, exentas de tradición en nuestra comunidad. Y el mes romántico, amable y sereno se retirará del calendario con la nostalgia y tristeza, de haber observado cómo su sociedad, cambia o pierde su más intrínseca personalidad.