Normalmente esta expresión: “Verse las caras” tiene una connotación retadora inquietante. Suele ser el prólogo de una fanfarronada o el macabro inicio de un duelo, lesivo, como todos los duelos, para todos o algunos de los contendientes. “Nos veremos las caras” es la expresión cuasi última de una relación. El episodio podría concluir en los tribunales, pero también en la calle, a pecho descubierto y con los nudillos de las manos despellejados de los golpes. Un cara a cara casi siempre es desagradable. Dar la cara por alguien o echar en cara algo a alguien suelen ser operaciones con significados diametralmente distintos. La primera da idea de desprendimiento, la segunda trasluce, a las primeras de cambio, rencor.
Por esta vez el “verse las caras” tiene otro sentido mucho más amigable. Verse las caras es literalmente poder verse mutuamente los rostros las personas. Las personas se pueden observar sin ocultar los labios, sin constreñir la nariz, no violentando las orejas, enseñando el mentón…mostrando, enseñando una cara, en definitiva, que se ha convertido de repente en la novedad del paisaje urbano. Se ha recuperado la belleza o la fealdad que nos acerca a la realidad del otro más acertadamente de que lo que recordábamos de de él o de ella. También viendo por entero lo que son las personas que no se conocen o que se cruzan o se saludan por primera vez. Ahora cobra sentido el dicho más extendido de la psicología humana: La cara es el espejo del alma.
Las mascarillas han impedido - desde que se han podido encontrar sin dificultad en el mercado- muchos contagios, muchas gripes, probablemente muchas muertes, pero también han dificultado el encuentro verdaderamente directo entre las personas. Por eso, cuando ha sido posible, el esplendor expansivo del fenómeno de las terrazas ha triunfado. Era el lugar mágico en el que las autoridades sanitarias y de orden público permitían que -ante una taza de café, una cerveza, un refresco, agua o vino- los interlocutores o las personas solitarias -las menos- se desprendieran de la máscara, de las mascarillas, para poder dialogar como personas. Estamos viviendo un momento entrañable, reconfortante, tras más de un año de ocultación de los rostros verdaderamente humanos: unas caras sin mascarillas. Al fin se ha recuperado una cierta normalidad, la de siempre, la de verse las caras. Para la bueno y para lo malo.