Javier tiene una zurda prometedora. Llevo comprobándolo dos veranos seguidos. Para la edad que tiene, me exige con cada disparo. Para la edad que tengo, tampoco viene mal. Y lo pasamos bien. Cuando lleva varios intentos sin hacer gol empieza a mirarme con un atisbo de malicia, como si tratara de acertar con la forma de engañarme, lo cual quiere decir que ya ha aprendido una de las principales lecciones de la vida: siempre habrá alguien tratando de hacerlo contigo. Y cosas peores, pero eso ya lo irá descubriendo con el tiempo. De hecho, como todos nosotros, está inmerso en una de esas cosas peores, una pandemia que le ha robado año y medio de su infancia sin más explicación que la que sus padres pueden ir adaptando a su edad y sin necesidad de que se sienta protagonista de un cuento de terror.
Cuando sea mayor puede que lo encuentre todo resumido en su libro de Historia y le traiga vagos recuerdos: las mascarillas, los encierros, los paseos con distancia, los accesos de control al colegio..., aunque para entonces lo que empezará a contar de verdad será el futuro, no el pasado, si es que ya tiene claro lo que quiere ser de mayor. Contará con una ventaja; Pedro Sánchez le ha anticipado con la antelación suficiente la España que se encontrará cuando cumpla 34 años, y así todo será mucho más fácil: si es que le dan ganas a uno hasta de criogenizarse como Walt Disney y que lo despierten en 2050, con lo bien que se va a vivir entonces en lo que quede de país.
La otra forma de verlo es la de un presidente que se entretiene con ínfulas continuas y que, incapaz de resolver el presente, ha optado por recurrir ahora a un futuro en el que todo está por escribir, y tan lejano como para que queden en el olvido sus errores y sus derrotas, aunque con la intención de que se haga desde ya. Solo le faltaba la fanfarria de fondo mientras jugaba a hacer malabarismos con los adjetivos en busca de la significación emocional de su propuesta, y así ocultar la sombra de un nuevo trampantojo, presente en ese logo tan moderno y pretencioso de España 2050, como sacado del cartel de una película de ciencia ficción, y en una puesta en escena tan propagandística que ha condicionado cualquier evaluación posterior sobre el trabajo de campo realizado por el centenar de expertos consultados para delimitar los ámbitos desde los que habría que afrontar los desafíos que nos aguardan en el medio y largo plazo.
Si los pronósticos profetizados por Sánchez se cumplen, a Javier lo van a coser a impuestos. Por un lado, para cumplir con los compromisos medioambientales, que para entonces serán mucho más severos que los de ahora; por el otro, para alcanzar la convergencia fiscal con el resto de Europa. Todo sea por consumar esa España ideal que girará en torno a la digitalización, la transformación económica, el conocimiento y el envejecimiento progresivo de la población, lo que obligará a incorporar a nuestro mercado laboral durante los próximos 29 años a 5,5 millones de inmigrantes como garante del sostenimiento del sistema de la Seguridad Social. Para los más jóvenes, una educación a la altura de Dinamarca y un sistema de herencia pública a la altura de los mundos de Yupi.
Será o serón. Lo que ya no hay es marcha atrás, aunque sí muchas dudas acerca del recorrido. El presidente ha hablado de la apertura de un diálogo nacional para, sobre la base del documento inicial, abrir un proceso público de participación, pero que parte viciado desde el momento en el que estamos hablando de una propuesta que surge del Gobierno, no del Parlamento, y eso, en unos momentos de tan elevada crispación política y enemistades insalvables, permite augurar, con las suficientes certezas, los derroteros por los que se encaminará hacia un previsible precipicio sin que importe ya si hay que remontarse a Rajoy o Rivera para hallar culpables.
Antes de arreglar la España de 2050 habrá que restañar esas heridas, así como el deteriorado sentido del interés general. Javier tendrá la oportunidad de comprobarlo con el paso de los años. Yo le sigo teniendo más fe a su pierna izquierda.