“Hay mañanas que levantarme de la cama es todo un esfuerzo, un brazo no me responde, que no puedo respirar bien, tengo la garganta como si tragase piedras, que andar por la calle y hablar por teléfono al mismo tiempo es un ejercicio imposible”.
Rosario Paguillo tiene 38 años, pero se siente a veces como una anciana, y todo por culpa no solo de la covid, sino por una palabra que se le ha pegado como una lapa desde que el 1 de marzo de 2020 comenzó a tener los primeros síntomas de la enfermedad: “persistente”.
Desde entonces, “sé que se dice muy rápido, pero llevo un año enferma”, ha pasado por todos los médicos, especialistas y sanitarios que ha podido, pero nunca han conseguido mitigar sus síntomas, y a día de hoy se pasa, en una charla con EFE, casi diez minutos solo enumerando los que tiene, que unos días más y otros menos le permiten vivir, trabajar y salir adelante, pero sin ver al final del túnel la luz que le diga que se termina su pesadilla.
“A veces, me asusto, como una vez que no era capaz de mover el brazo, porque parecía que la orden no llegaba del cerebro para moverlo, otras intento ser positiva pensando que esto va a pasar pronto, pero el día a día me lo pone muy complicado”, dice, a la vez que enseña una carpeta llena de informes médicos, los que ha ido recopilando en casi 365 días de pelea contra el virus.
El pasado 8 de enero se sometió a una serología, con la esperanza de que diese negativa después de nueve meses, pero todo seguía igual, “y ningún médico ha entendido muy bien qué ha pasado ni por qué, ni saben decirme la razón de la serología positiva”, como detalla en una carta que ha escrito a su doctora intentando resumir todo lo que ha vivido desde hace un año.
Además, una cosa son los síntomas visibles, y otra los daños colaterales, como que “en la última analítica que me realicé con fecha 12 de noviembre de 2020 salió baja la vitamina D, salió alta una enzima llamada Aldolasa y este dato indica que existe un daño muscular grave y que debo realizarme otra analítica para volver a ver lo de la vitamina D y ver además otras enzimas importantes que puedan indicar otros datos más importantes”.
Además de ello, “me realizan unas ecografías de cadera y hombro y una resonancia de cadera, y donde no parece haber datos muy evidentes de daños”, pero el 8 de enero no aparece el daño muscular en otros análisis, “y me indica la doctora que es algo incoherente”, y con ese ir y venir de consultas médicas se ha pasado el último año.
Ahora, otro de los daños que sufre es la intolerancia que ha generado a los antibióticos, que la va a llevar a un ingreso hospitalario para clarificar cuál se le podrá aplicar en caso de necesidad, y todo ello lo explica sin forzar la voz, porque la covid le ha dejado “una sensación de ronquera permanente, como si siempre tuviese un erizo en la garganta”.
A pesar de eso, no fue hasta el pasado enero cuando le hablaron de que sufría covid persistente, todo ello tras muchas visitas con la respuesta de “no sé qué decirte, no entendemos nada ni sabemos”, y por otro que “si es la misma infección de marzo del año pasado que aún permanece en mi sangre, es probable que mi cuerpo esté luchando contra esto y de ahí todas estas secuelas”.
Con todo, “sigo con muchísimo dolor en hombro, brazo, cadera y pierna derecha, me siguen dando esos pequeños espasmos musculares que tuve desde que me contagié, la tos no cesa, y el gusto y el olfato tienen una precisión del 70 %, aunque esto es lo que menos me preocupa, pero es muy molesto porque hay días que huelo constantemente a marisco u otras cosas extrañas”.
Con trastornos menstruales que nunca ha tenido o temblores en las manos recurrentes, Rosario confía en que su pesadilla termine más pronto que tarde, aunque en su caso incluso está descartada la fiabilidad de la vacuna, “porque si sigo enferma no me la pondrán”, y cada día tacha un día del calendario esperando que sea el último en que tenga que preocuparse por que el bicho siga molestándole después de casi un años sin dejarle vivir en paz.
Sevilla
Doce meses con coronavirus, 365 días desesperantes
Rosario Paguillo tiene 38 años pero se siente como una anciana: "Hay mañanas que levantarme de la cama es todo un esfuerzo"
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