En apenas una hora, la oscuridad te atrapa. En apenas un suspiro, un hachazo del destino te destroza la vida. “Quiero que todo el mundo sepa lo que ocurrió”. Quien habla “del día más oscuro y amargo de mi vida” es Juan Francisco Rivera Cuenca. Cierra los ojos, humedecidos, y rememora, a pecho descubierto y desgarrado, la tarde del pasado 21 de enero, cuando perdió a su madre, María del Carmen Cuenca Roldán a causa de un incendio, ocurrido un día antes, en un piso de la Barriada Blas Infante.
Ya apagado el fuego nadie entró a por mi madre y mi padre, que seguían dentro, hasta que yo lleguéSu objetivo con este relato no es revivir la tragedia. Su objetivo es poner cimientos para que, en la medida de lo posible, no se vuelva a repetir. No busca culpables, pero sí al menos dejar constancia de algunas cuestiones que deberían subsanarse.
20 de enero. “Llego a mi casa y me llama mi hermana. Me dice que me vaya para arriba porque la casa de mis padres está ardiendo. Cojo el coche, mi niña se monta conmigo, y cuando llego allí me encuentro con un montón de gente en la calle. Aparco como puedo. Entro en el edificio y tengo que subir los escalones apartando a gente. Quitando a gente de en medio para poder llegar a la puerta de mi casa. Este es el primer punto que quiero que me expliquen. Ahí no debería haber nadie. Se debería haber desalojado el edificio. Creo que cuando se produce un incendio, lo primero es evacuar a los que viven allí. Sobre este aspecto, le pregunté al agente de la Guardia Civil que me tomó posteriormente declaración. Me dijo que si los bomberos no lo hicieron, la competencia era de la Policía Local porque llegaron antes que nosotros”. Dicho está.
“Tras hacerme un hueco entre la gente, consigo llegar a la puerta. El fuego ya estaba extinguido. Comienzo a gritar dónde está mi madre, dónde está mi madre. Yo sabía que no se podía mover, porque además de padecer Alzheimer, también tenía problemas de movilidad. Había que ayudarla a levantarse. Los bomberos estaban en la puerta. No había fuego en el interior de la vivienda, que estaba negra por dentro. Me vuelvo loco… ¡Mi madre! ¡Mi madre! ¿Dónde está mi madre?”, recuerda prácticamente entre lágrimas. Me las contagia.
Prosigue. “Alguien me dice que le explique a los bomberos cómo es la vivienda, un mapa mental para que se ubiquen dentro de la casa. Lo hago. Entran los bomberos y salen con ella que estaba a dos metros de la puerta de entrada. A tres pasos de la puerta. ¡A dos metros! La sacan y la dejan en el pasillo. Me tiro encima de ella. Había un médico allí que me dice que me vaya porque mi presencia ya no es necesaria. Dejo a mi madre con el médico y regreso a la puerta. Mi padre. ¿Dónde está mi padre? Y me dice un bombero: “Aquí no hay nadie ya”. Le digo que sí, que mi padre está dentro. Me vuelve a decir por segunda vez: “No. No hay nadie”. Le digo que se espere, que no se vaya. Mi hermana estaba en la escalera, hecha un manojo de nervios, como una loca. Le pregunto si papá ha salido a tomar café o a comprar tabaco. Me contesta que no, que papá está ahí. Me vuelvo y le digo al bombero que entre en el piso porque mi padre sigue dentro. Si llego a tardar quince minutos más mi padre se muere ahogado y tengo que enterrar a él y a mi madre, a los dos”.
Entonces, según nos cuenta, “obligo al bombero a entrar otra vez. Entran y se ponen a buscarlo y lo encuentran en la habitación de mi sobrina tirado en el suelo, entre la cómoda y la cama. Lo sacan de la habitación y cuando lo veo aparecer en el salón, entré y lo cogí en brazos y salí con él”.
Luego luces intermitentes y una nube de dolor… “la policía, los médicos, mi madre en una ambulancia, mi padre en otra, y para el hospital”.
Al día siguiente, regresa al piso. Con la presencia de la policía y los bomberos, pudimos entrar. Primero mi sobrina con mi cuñada. El calentador estaba encendido. Lo cual nos llamó la atención porque estaba la bombona abierta. Supongo que eso hay que mirarlo, porque lo que ocurrió fue un incendio. No creo que sea normal dejar la bombona y el calentador encendido. Lo mismo que no hubo protocolo a la hora de desalojar el edificio, se dejaron la bombona abierta y el calentador encendido. Son cosas que no entiendo”.
Su padre, Antonio Rivera Muñoz, ya recuperado, le cuenta que “vio el fuego… que se originó en un enchufe detrás del sofá donde estaba ella. Se produjo un cortocircuito. El enchufe prendió el cable del calefactor y de ahí al sofá. Mi padre estaba en la cocina para tomarse un café, vio el resplandor de las llamas. Salió corriendo. Mi madre no era muy grande, pero en peso muerto es complicado moverla. La levantó y la puso en otro sofá. Luego se movió, se desorientó, se mareó y se quedó tirado en el cuarto de mi sobrina”… “Cierro los ojos y la veo… qué dolor, madre mía”.
Le duele la pérdida, pero le duele también esos pequeños detalles que sigue sin explicarse. “Cuando llegué esa tarde del 20 de enero allí había más gente que en la guerra”, señala Francisco, que no entiende tampoco “cómo se apagó el incendio y nadie se diera cuenta que había gente en la casa. Es de lógica que allí pudiera haber alguien”. Cree sinceramente que “si tardo más en llegar, mi padre podría estar muerto. Si no les obligo a entrar, se muere asfixiado”.
“Cuando llego a la puerta, estaban los bomberos en la puerta. Sin entrar. Y no había fuego. Y mi madre a dos metros de la entrada.. No sé si ellos apagaron el incendio o se apagó solo. Yo puedo contar lo que vi. Se habla de otras cosas, pero yo no estaba y de eso no voy a hablar”.
Tras lo ocurrido, reflexiona. “Pienso que Barbate debe contar con un cuerpo de Bomberos más profesionalizado. Siento que faltó profesionalidad. Y es duro cuando uno pierde a su madre pensar así. Además, fuentes de los mismos bomberos nos comentaron que ese día tenía que haber seis de guardia y solo había dos. No busco culpables, ni mucho menos. Solo denuncio para en lo posible evitar que alguien más pase por lo que yo estoy pasando”. Solo denuncia para que no haya más días oscuros y amargos en la vida de ningún barbateño.