Hemorragias nasales, conjuntivitis, dermatitis o tos aguda. Son algunos de los síntomas que sufren los residentes de un barrio del centro de Santiago desde hace un mes y que provoca un nocivo vecino que llegó con el inicio de la mayor crisis de la democracia chilena: el gas lacrimógeno.
Karen Mariángel vive en una bocacalle a pocos metros de Plaza Italia, el epicentro del estallido social, y cada tarde se enclaustra en casa con sus hijas a partir de las 5. Cierra bien las ventanas y enciende los purificadores de aire. Es la hora a la que comienzan las manifestaciones y las fuerzas de seguridad recurren al gas lacrimógeno para disiparlas.
"Yo estuve una semana con bronquitis y mi marido tiene una tos que no se le quita con nada", explica a Efe tras llevar más de un mes expuesta a estas armas químicas no letales, que se popularizaron a principios del siglo pasado y hoy en día son usadas por las fuerzas antidisturbios en lugares tan diversos como Hong Kong, Venezuela o Estados Unidos.
"El problema no son las bombas en sí, sino su uso excesivo, desproporcionado y frecuente", agrega.
AMBIENTE IRRESPIRABLE
El efecto inmediato de los gases lacrimógenos, cuyo compuesto más común es el clorobenzilideno malononitrilo (CS), es la irritación de los ojos, la nariz, las vías respiratorias y la piel, pero su exposición prolongada puede provocar problemas más serios, según el secretario nacional del Colegio de Médicos de Chile, José Miguel Bernucci.
"Las personas con patologías crónicas, tanto pulmonares como cardiovasculares, tienen mayores riesgos y pueden sufrir insuficiencias respiratorias agudas, al igual que las embarazadas", advierte.
Las partículas de gas se adhieren al asfalto y a las paredes de los edificios, lo que sumado a la sequedad del clima, al calor y al polvo que cubre cada esquina del barrio producto de las batallas campales entre policías y manifestantes, hace que se genere una especie de neblina irrespirable.
Los expertos calculan que el área de dispersión de las bombas llega hasta los 300 metros cuadrados y que el gas permanece cinco días en el ambiente.
"Mis hijas ya han aprendido que tienen que limpiarse con bicabornato cuando volvemos del parque y echar toda la ropa a lavar", asegura Mariángel.
Para Manuel Benítez, un vecino de 82 años que regresa de hacer la compra en unos de los pocos comercios que sigue abierto en la zona, la situación es "insoportable": "La gente que ha podido irse, se ha ido. Nosotros no podemos porque mi señora está bastante enferma y no puede moverse", lamenta a Efe.
VECINOS ORGANIZADOS
Una gran pancarta de tela colgada al inicio de la calle Juana de Lestonnac, frente al Parque Bustamante, le indica a los agentes que en esa manzana viven muchas familias con niños pequeños y les pide contención.
Es una de las iniciativas de la asociación vecinal "No más lacrimógenas", que la próxima semana tiene previsto presentar un recurso ante los tribunales que obligue a los carabineros (nombre de la Policía chilena) a limitar el uso de bombas en la zona, como ya ocurre en la ciudad sureña de Concepción y como piden a diario decenas de asociaciones de derechos humanos y organismos internacionales.
"Yo no entiendo cómo el Gobierno puede gastarse tanto en gases y no en darle a los pobres que se están muriendo de hambre", se pregunta a Efe Magaly Matus, de 80 años.
GASEADOS PERO AFINES A LA CAUSA
Pese a las múltiples dolencias y a que su rutina se ha desbaratado de arriba abajo, la mayoría de los vecinos apoya las masivas manifestaciones, que este lunes cumplen un mes y que comenzaron como respuesta a la subida del precio del billete de metro, pero que luego se convirtieron en un clamor contra el contra el Gobierno del conservador Sebastián Piñera y el desigual modelo económico heredado de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
"Es una situación bien bipolar. Por un lado estamos viendo esta intoxicación de la población, pero por otro lado está la alegría de saber que es un momento histórico que jamás pensábamos que iba a llegar", afirma a Efe María Angélica Ovalle.
Los vecinos son conscientes además de que los gases son "un mal menor" comparado con los 23 muertos que se ha cobrado esta crisis y los miles de heridos -de los cuales casi 200 tienen graves heridas oculares por los perdigones disparados por los agentes- que se recuperan en los hospitales: "Hay situaciones mucho peores, yo no recibo a mi hija sin un ojo", reconoce Ovalle.