Las almunias o fincas próximas a las ciudades de Al Andalus fueron durante siglos, además de centros de producción agrícola, lugares para el solaz y para la ostentación de poder, muchas de ellas con pabellones o edificios palatinos aledaños a las albercas que sirvieron para el riego pero también para recreo.
Aunque huertas, estas fincas medievales, propiedad de las élites, disponían de espacios ajardinados y "de espacios exquisitos en los que se daban cita todos los refinamientos posibles", según las conclusiones de un grupo de 43 investigadores que han aportado un conjunto de 24 trabajos de investigación, que se han reunido bajo el título de "Almunias. Las fincas de las élites en el Occidente islámico: poder, solaz y producción".
Los trabajos han sido coordinados por el profesor Julio Navarro, de la Escuela de Estudios Árabes de Granada, del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y por la catedrática de Historia Medieval de la Universidad de Granada, Carmen Trillo, y se centran principalmente en almunias de Lérida, Zaragoza, Murcia, Albacete, Granada, Sevilla y Marraquech, cuya historia abarca desde mediados del siglo VIII a finales del XV.
Las únicas fincas medievales de las que se han conservado sus huertas, como son el Generalife de Granada y el Agdal de Marraquech, "son hoy en día un tenue reflejo de su antiguo esplendor", según las conclusiones de este grupo de arqueólogos, arabistas, historiadores, arquitectos y botánicos que, entre otros especialistas que han liderado proyectos de investigación de España, Italia y el Magreb.
Las Universidades de Sevilla, Granada, Córdoba y el CSIC han editado estos trabajos en un solo volumen, cuyas conclusiones establecen que las almunias "fueron lugares ideales en los que se integraron armoniosamente los espacios productivos y los que se reservaron al solaz, debido a la existencia de proyectos muy elaborados en donde las infraestructuras hidráulicas tuvieron un papel primordial".
Estas fincas señoriales estaban provistas de grandes albercas que además de para el riego tenían usos recreativos, como la de la Buhaira de Sevilla, que aún se conserva integrada en el casco urbano de la ciudad, rodeada de zonas verdes que fueron las antiguas huertas e incluso por algunos de los muros originales que separaban unos cultivos de otros.
La existencia de estas fincas data de tiempos muy antiguos y forma parte de todas las civilizaciones del Mediterráneo, y en Al Andalus se conocen desde sus orígenes, cuando Abd al-Rahman "El Emigrado" construyó a mediados del VIII La Ruzafa en memoria de la finca homónima de su abuelo en Siria, hasta el periodo de los últimos nazaríes.
El estudio arqueológico de otra de las grandes fincas cordobesas, la Al-Rummaniyya, ha permitido saber cuál era su disposición espacial, la importancia de sus tierras de labor en relación con las áreas residenciales y hasta las especies cultivadas.
El Generalife es "el único caso en el que los principales elementos que componen una finca han pervivido: palacio, infraestructuras hidráulicas y huertas" y, como propiedad de los sultanes granadinos, tenía la peculiaridad de estar situado junto a la medina de la Alhambra y su proximidad permitía que los sultanes "se retiraran a ella a disfrutar de sus huertos y jardines".
No obstante, la monografía que aborda el Generalife insiste en que, aunque espacio dedicado al solaz, también era una huerta rentable, ya que su producción agrícola y ganadera abastecía parte de las necesidades de la Alhambra.
Provincia de Granada
El refinamiento agrícola de Al Andalus unió ostentación y producción
El Generalife es "el único caso en el que los principales elementos que componen una finca han pervivido: palacio, infraestructuras hidráulicas y huertas"
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