La combinación de Jason Reitman -actor y director, de la cosecha del 77, con una filmografía irregular, pero con títulos estimables como ‘Up in the air’ (2009) en su haber- y Diablo Cody -cosecha del 78, guionista y bloguera- ha dado lugar a películas estimulantes como ‘Juno’ (2007), por la que ella consiguió un Oscar, y ‘Young adult’ (2011), que protagonizaba también Charlize Theron. Y, como dicen que no hay dos sin tres…, esta es la tercera.
Cody conocía el tema de primera mano pues -según fuentes de la página Espinof- escribió la historia después de dar a luz a su tercer hijo. Por ello, y porque también es una de sus señas de identidad, retrata tan bien en ‘Tully’ -de 94 minutos de metraje, con una muy matizada fotografía de Eric Steelberg y una buena banda sonora de Rob Simonsen- la antítesis de la mística de la maternidad, con la inestimable complicidad tras la cámara de Reitman.
En efecto, desde el minuto uno sabemos que, en esta propuesta tan particular, el ejercicio de ser progenitora a parte entera y prácticamente en solitario -pues su marido no es un mal tipo pero sí un padre, y un compañero, ausente- iba a ser tan duro, agotador y alienante para Marlo- una espléndida Charlize Theron, que engordó 20 kgs para este rodaje- que afronta la recta final de su embarazo y la crianza, con el plus de dos hijos más, una niña sin problemas y un chico lleno de ellos, tan adorable como insufrible.
Realizador y guionista introducen el escalpelo sin anestesia para retratar el tremendo día a día de esta mujer inteligente, cultivada y profesional de baja, que no tiene existencia propia, a la que su cuerpo y su mente no le pertenecen y cuyo microcosmos de colegios, rabietas, deberes, extractores de leche, pañales, lavadoras, insomnios, lactancia a parte entera, centros educativos que no quieren asumir a un niño difícil, el trabajo doméstico, el desaliño, el infinito cansancio, estrecha sus horizontes cada vez más… hasta que su hermano, un hombre de éxito, con una esposa irreprochable le regala una niñera nocturna -estupenda Mckenzie Davis, cuya química con Theron es incuestionable- y su modus vivendi cambia radicalmente.
La relación, profesional y personal, de dos mujeres que se ayudan y estiman mutuamente, con la noche por testigo, en un hogar en el que el buen hacer, tan peculiar y sui géneris, de la trabajadora que suponen y un antes y un después para la protagonista, junto al empoderamiento resultante de ella y a la complicidad integral entre ambas están muy bien descritos … hasta que un giro narrativo osado, pero no bien desarrollado, lo desestabiliza todo.
Para quien esto firma, además, resultó decepcionante, más bien inverosímil y chocante, en contraste paradójico con el tono hiperrealista, por llamarle de alguna manera, anterior y con un final complaciente también escasamente creíble.
Pese a todo y por todo, no deberían perdérsela.