“Desde que asesinaron a mi hermano hemos tenido una losa en lo alto. A la familia se la cargó entera. Mi hermano se enterró y con él nos enterramos todos. A mí me cogió con 18 años y ya no despegué. Me lastraron. Todavía no me he recuperado y ya tengo 56 años. Mis padres murieron sin recuperarse, no levantaron cabeza”.
Quien habla es Mario Gómez Martiñán, hermano del guardia civil José Gómez Martiñán, asesinado junto a otros cinco agentes por la banda terrorista ETA el 1 de febrero de 1980 en Ispáster (Vizcaya). Lo remataron con un tiro en la cabeza.
Sus restos están enterrados en el viejo cementerio de Algeciras, su localidad natal. José tenía 24 años y hacía dos que había ingresado en la Guardia Civil. “Ahora se habla, pero cuando ocurrió, en los ochenta, no se hablaba tan claramente”, explica Mario, a quien el anuncio hecho por ETA de su disolución no le dice nada. “Cuando los veo apago la tele. Los otros días me quedé un rato viendo las noticias y dijeron que el pueblo vasco todavía está en guerra y que piden libertad. ¿Qué libertad? El comunicado de ellos que diga lo que les dé la gana, yo lo que pido es que la sociedad no se olvide de las víctimas, que se diga con nombre y apellidos quiénes eran. Hay que ponerles cara a mi hermano y a los demás, que se sepa que tenían una vida, unas familias a las que esos asesinos destrozaron”, asegura este hombre al que las lagrimas no le dejan proseguir la conversación. “Cuando íbamos en el avión para Bilbao, mi madre me llegó a preguntar: "¿Qué pasa? ¿Dónde vamos? Estaba desorientada por completo”, relata recordando las horas posteriores al crimen. El regreso desde el País Vasco lo hicieron en un avión militar, sentados en unos sillones de cuerdas y los féretros en medio.
Describe a su hermano José como una “bellísima persona” a la que le gustaba la vida militar. Ingresó como voluntario en el Ejército para entrar luego en la Benemérita. Mario asegura que no olvida el día en el que le comunicaron el asesinato. Reitera que fue “un mazazo”, que sus padres quedaron desde entonces marcados. Cuando se le pregunta si espera un perdón por parte de la banda armada, responde que “para mí su perdón no me vale, porque no quiero nada de ellos”.
“Sólo quiero que se diga que son terroristas, que cuando se les nombre se le diga que son terroristas. No necesito que vengan y que me pidan perdón de nada. ¿Qué voy a adelantar yo con eso? Nada. Cárcel, cárcel y cárcel. Nada más. ETA quiere ahora dar su relato, pero ellos no tienen que escribir nada de nada. Ellos lo que tienen que hacer aclarar son los muchos casos que todavía no se han aclarado”.
Mario Gómez Martiñán tiene claro que ETA ha sido vencida. “Ellos no tienen que entregar nada, se les ha obligado a que lo entreguen gracias a la lucha de las fuerzas de orden público. Ahora sólo quieren más propaganda. Cuando piden el acercamiento de presos yo les recuerdo que si tienen en Algeciras a un hijo preso, siempre pueden venir a visitarlo, pero mis padres ya no vieron más a su hijo. ¿Qué están pidiendo? Son cosas que me indignan”, dice. E insiste en que es necesario que la ciudadanía no olvide a las víctimas.
Tarifa y San Roque
En 1979, ETA asesinó al guardia civil Antonio Ramírez y a su novia Hortensia González. Ocurrió en Beasain (Guipúzcoa). La pareja salía de una sala de fiestas a las tres menos cuarto de la madrugada y en el trayecto de regreso a casa, pararon el coche en un stop. Fue entonces los terroristas abrieron fuego, vaciando los cargadores de las ametralladoras. Fue el sábado 6 de enero. Él era de Tarifa y tenía 24 años; ella, de 20 años, nació en San Roque.