Sigue siendo habitual el interés del humano por lo desconocido. En esta era digital las distancias de navegación se acortan y la inmediatez pone freno al exceso de información que satura las redes con vientos de distinta naturaleza.
Históricamente han sido los mares frontera natural de lo ignoto, línea de flotación de la aventura y reto hacia lo inexplorado. Aventurarse en el océano, incluso hoy día, supone un riesgo añadido en el periplo de cualquier naturaleza a pesar de la tecnología satélite que guía la nave.
Hay mundos y mundos por recorrer dentro del globo llamado Tierra. Realidades que se escapan a éste otro mundo “civilizado”, cuya localización no interesa registrar e incluir en las cartas de navegación digital y cuya situación queda suplantada por fogonazos informativos esporádicos, cual llamadas de atención sobre navegantes que también, pero por distintas razones que la aventura, navegan sin brújula, sin vela y sin amparo.
Muchos son, demasiados, los obligados marineros y marineras que afrontan desde la desesperación vientos cortantes, mareas imprevistas y crueles naufragios. Son aquellos quienes la aventura les lleva más allá de lo racional, lo estrictamente humano y necesariamente vital: la supervivencia.
Desde ese otro mundo, el otro lado se siente como esperanza, como línea de salvación, como isla en la inmensidad del destierro. Es la civilización. Es Europa.
Dentro de las diferentes doctrinas religiosas, el Paraíso se representa de una manera distinta, siempre unido al estado del bienestar, el placer o lo que llamamos etéreamente la felicidad. Un lugar indeterminado al que se aspira y donde la fe juega su baza y la esperanza de conseguirlo pone el resto. Un lugar donde las penurias dejen de ser lo que son, para ser inundados por el bienestar y la paz eterna. El otro lado de la costa, como si del paso de la Laguna Estigia se tratara.
El cielo a un lado y el infierno al otro. La barca en medio.
Quienes hoy día afrontan la gravosa aventura del mar, no tienen realmente una visión real del paraíso. Su llegada no es recibida con alharacas de alegría, parabienes de felicidad ni pétalos en flor. No caben más en el paraíso. Las llaves ya no las maneja quien Dios puso a la puerta. Ha sido sustituido por hombres vestidos de gris. El hombre gris que todo lo impera, las leyes, las fronteras, la brújula y el satélite. Una suerte de privacidad que hace cuestionar y cuestionarse dónde realmente reside aquél lugar y qué lado de la Laguna se ha de abordar.
Miles de refugiados salieron con la esperanza de un mundo mejor. Esa civilización que tenía que recibirles puso coto a su orilla. El cielo no espera más.
Mientras, quienes intentan sobrevivir a la barbarie, creada por la barbarie y alimentada por el espejismo del paraíso, salen y navegan a la deriva sin más esperanza que el seguir respirando, sin más alimento que su anhelo y sin más agua que la que les rodea, amenazante, distante, impersonal, eterna, como eterna es la tristeza que produce hechos de tal magnitud, al punto que aquellos que se llaman humanos hayan dejado de serlo.
Hoy, el mar no es aventura. Es una necesidad. Es aquél tránsito obligado que tantos miles de personas no quisieron nunca hacer y que sin embargo se ha convertido en la obligada diáspora del sinsentido, cuyo perfil rememora otras semejantes que ya fueron catalogadas por la historia en el libro rojo del pecado de la humanidad.
Hoy no se sabe muy bien dónde está el infierno. Caronte hace negocio y desdibuja con la obstinación del íncubo dónde está la felicidad. No le interesa orientar al viajero, sino más bien confundir aquellos valores por los que su esperanza tiene sentido, por los que la vida merece la pena y por los que, al final, todos vivimos con mayor o menor acierto.
Sin embargo, siempre fue allende los mares donde el hombre puso ilusión en un mundo mejor. Descubrir el vergel en el que construir junto a su hermano, aquel verdadero paraíso de comunión y solidaridad. Praderas de verde yerba. Árboles milenarios, ríos caudalosos y playas de arena fina.
Son estas playas, las nuestras, las que retraen tanta expectativa, tanta ilusión y tanto desamparo. Europa, de la que Zeus se enamorara convirtiéndose en toro manso y cruzando con ella el mar hasta la isla de Creta, hoy desatiende su mar, el Egeo. Hoy desatiende al Dios todo poderoso, padre de dioses y hombres. Europa.
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Allende los mares
"Muchos son, demasiados, los obligados marineros y marineras que afrontan desde la desesperación vientos cortantes, mareas imprevistas y crueles naufragios..."
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