Pablo Alfaro, Botubot, Alexanco... Aquellos eran defensas que cuando los partidos venían mal dados y restaban unos pocos minutos para el final pasaban al ataque a la búsqueda desesperada del gol que permitiera darle la vuelta al partido. Como Sergio Ramos, pero con menos sesiones de depilación por láser y menos peluquería. Ayer tocaba remontada, porque la eliminatoria se había puesto cuesta arriba desde que empezó. Ya el viernes de preferia -y con la excusa del montaje de la caseta- cayó el primer gol. Y el sábado -bajo el pretexto de la comida de los socios-, el segundo. El domingo del alumbrado se cerró con tablas en el marcador, pero el lunes y el martes los goles siguieron cayendo del mismo lado.
Ayer no, porque ayer Mari jugaba en casa. Ayer, los goles, los metía ella o no los metía nadie. Así que desde el mediodía perpetró un ataque loco como el de aquella España de Muñoz que tenía que cascarle once goles a Malta. Las primeras escaramuzas tuvieron como campo de batalla la peluquería, que es ese sitio donde antes le arreglaban a uno la cabeza y ahora, a la que te descuides, te meten en el lote un baño turco. A esa hora, el rival de la Mari seguía el balón vía güacha, pero lo seguía, que no era poco. Entremezclados con términos 2.0 tales como gordi, cari o wapi, algunas respuestas imprecisas a preguntas aparentemente certeras sobre horarios, lugares y demás cosas de la Feria: “no sé...”, “quizás...”, “depende...”.
En la ida de la eliminatoria, de viernes de preferia a martes, hubo mucho juego subterráneo, y alguna que otra provocación. En la moviola de la Mari se repite una y otra vez aquella jugada en la que su cónyuge se hizo el encontradizo con la profesora de Conocimiento del Medio del hijo pequeño de los vecinos de una prima. Pepeluí estaba en la puerta del Disco Rojo y la profe pasaba en ese momento junto a la caseta de la Amargura. Doscientos metros recorrió el tío -sorteando enganches, una excursión de guiris y un par de equipos de reporteros de una televisión alemana-, para darle dos besos a la muchacha.
“Hija Mari, es que me había visto y me daba cosa no saludarla”. Goles como ese, en flagrante fuera de juego, son los que duelen y calientan el ambiente para la vuelta de una eliminatoria... Tres de la tarde. La Mari en la Feria con otras maris y Pepeluí sin oler la pelota, ya ni por el güacha, que sabido es que a determinadas horas, en determinados sitios y en estados muy concretos, deja de funcionar como debiera. Es la hora del primer barullo en el parque González Hontoria. No hace tanto calor como se temía, o quizás ocurre que nos hemos acostumbrado.
En el Templete Municipal se ha celebrado ya el primer encuentro de castañuelas y hoy tendrá lugar el de los amigos del sombrero de ala ancha. Espero con verdadera ansia un congreso internacional de mimos, a ver si así nos explican el truco que hace posible que un prenda se tire horas y horas apoyado sobre una sola pierna o de qué extraña romería se ha escapado el individuo que pasea día y noche con caballo adosado a su cuerpo.
Pepeluí es una suerte de Julio Iglesias a la jerezana -“soy un truhán, soy un señor, algo bohemio y soñador”-, que lo mismo canta que baila, que da clases de materias absolutamente soporíferas. Entremezcla a veces el latín con el caló, y se arranca por Rafael Farina o Alfredo Krauss. Tiene múltiples registros, casi tantos como trampas.
Les han cerrado una caseta para ellas. Menú de guerra adobado de retórica extrema con la que justificar los 30 euritos. Con más imaginación que Ferrán Adriá, el casetero ha bautizado con el sobrenombre de “delicias de pimientos de la tierra a la sal” lo que siempre fue una media ración de pimientos fritos. Y cuela. En los 30 euritos entra un grupo que lo mismo canta sevillanas que rumbas. “Déjate querer, mujer, déjate querer; déjate querer, mujer, cruel”. Y la Mari, que puede llegar a ser tela de cruel, se deja.
Ha llegado el momento de asaltar la portería rival con verdadera inquina, de hacerse la encontradiza con gente a la que ni siquiera conoce.
“Confieso que a veces soy cuerdo y a veces loco, y amo así la vida y tomo de todo un poco. Me gustan las mujeres, me gusta el vino, y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido”. Sí, amigo, ciertamente este es un partido para olvidar, porque va camino de goleada. Ay, Pepeluí, no conviene vender la piel del oso antes de cazarlo, y mucho menos herir el orgullo del rival.
¿Acaso crees que era necesario invitar a pasear en coche de caballos a las cuatro amigas de tu sobrina? ¿De verdad te resultaba imprescindible regalar claveles a todas las flamencas del cuadro que jaleó tu pataíta? ¿A qué tenías tú que cantar por Nino Bravo a nadie? Y con tu suegra delante...
Te has quedado en casa con la excusa de no sé qué partido de fútbol, pero la verdad es que ya no puedes menearte, que te pesan los años más que los kilos y que hoy no has encontrado ningún brazo al que agarrarte. En el parque se ha encendido el alumbrado, de nuevo sin esperar a que anochezca, y están bailando la cuarta, la de “los lances definitivos”. “Y es que yo, amo la vida y amo el amor. Soy un truhán, soy un señor, y casi fiel en el amor”.
Era miércoles, día de remontada. Y tú lo sabías...