Un amigo me cuenta que estos días atrás, mientras ha estado en el hospital de Jerez aquejado de un serio aviso de su organismo, ha sentido muy cercana la presencia de sus familiares difuntos, hasta tal punto que ha creído sentir la mano de su fallecida madre acariciándolo como cuando era niño.
Seguro que al leer esto más de uno, de esos que creen que todo es explicable, dirán que esa sensación de mi amigo fue producto de la medicación, de su estado semiinconsciente o de alguna causa más o menos oculta. Puede que tengan razón, aunque también es verdad que puede ser que la razón la tengamos nosotros, los que pensamos y sentimos que los muertos no nos abandonan nunca, y que siguen cerca de nosotros, celebrando nuestras alegrías y compartiendo nuestras penas, desviviéndose por nosotros como hacían en vida.
La muerte no puede romper los lazos que el amor establece en la vida, y por eso es posible, factible y comprensible el amor entre vivos y muertos. Perder a un hijo, a una madre, a un amigo, no implica dejar de quererlos, sino quererlos de otra manera, cruzando en la barcaza del corazón el río negro que nos separa. Morir no implica dejar de querer a los que queremos aquí, sino continuar formando parte de su existencia de otra manera, más oculta y misteriosa.
Este fin de semana celebramos la festividad de nuestros difuntos, y el cementerio es un jardín de flores y de lápidas escritas en latín. Una oportunidad de oro y de ceniza para convivir con los muertos, para acercarnos a ellos con el corazón abierto para que nos puedan entrar sus silencios hondos, sus claras enseñanzas.
Creo que una sociedad que no pierde la relación con sus muertos, que continúa cuidándolos después de muertos, alimentando su memoria, es una sociedad donde todavía es posible la regeneración. Por eso me alegra ver a tanta gente en el cementerio, tanto pueblo obstinado en luchar contra el olvido. En estos tiempos de profunda crisis social, tiene gracia que sean los muertos los que nos salven. Los que nos salven de caer en el nihilismo moral, en la decadencia absoluta. Un abrazo a los muertos.