“Se ha creado un halo de silencio, con la intención última de que afecte a menos personas, pero las cifras evidencian que esa estrategia no funciona”, explica Juan Carlos Pérez, periodista y sociólogo que prepara un ensayo sobre este problema.
Las tasas de suicidio, que se han incrementado un 60% en los últimos 50 años, indican además que esta conducta se da tres veces más en los hombres que en las mujeres, pues –sugiere Pérez– “ellas tienen más vínculos afectivos y recursos emocionales”.
Este sociólogo recuerda que históricamente la estrategia fue “más severa” e incluía la reprobación pública a través de la humillación de los cuerpos, la expropiación del patrimonio familiar y la condena religiosa.
Ahora como antes, “la familia de la víctima carece de recursos para elaborar el duelo y mitigar los sentimientos de culpabilidad, rabia o incomprensión que les abordan cuando se produce una muerte así, y acaba ocultando el suceso”, denuncia.
“La violencia dirigida a los demás es tan fuerte como la infringida sobre sí mismo”, asegura Pérez, quien advierte de que aunque esta actitud, que supone un cuestionamiento a la sociedad, produce rechazo, “no debe privarnos de reflexionar sobre las circunstancias de sufrimiento extremo que llevan a alguien a actuar así”.
En este sentido, el autor de este libro, que se publicará próximamente, se pregunta si “estamos viviendo en un mundo en el que los valores y las prioridades son los más adecuados o los que más satisfacción nos dan o si, por el contrario, estamos desatendiendo asuntos fundamentales en nuestras vidas”.
A su juicio, en el suicidio, que es “la punta del iceberg de un sufrimiento psíquico oculto” y de mayores proporciones, conviven factores personales y cuestiones sociales, “como el régimen político, las crisis económicas o la ruptura de los vínculos de pertenencia”.
España, con alrededor de 3.000 víctimas anuales, no dispone aún de un programa de prevención nacional como los de Canadá o Finlandia, que “promocione la salud mental y nos enseñe a cuidar de nuestro estado de ánimo, como se hace con nuestro cuerpo”, subraya.
“Igual que no tiene sentido tratar con analgésicos una fractura indefinidamente”, este periodista considera que se está abusando de la química y los psicofármacos, cuando “el acento debería estar en la terapia”.